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El palacio estaba más silencioso que nunca. Las puertas del consejo, antes llenas de intriga y discusiones, ahora se cerraban a cal y canto, sellando el destino del reino bajo un gobierno implacable. La luz del día apenas se filtraba a través de las ventanas del salón real, como si incluso el sol temiera lo que estaba ocurriendo en su interior. El reino, ahora gobernado por Jimin con mano de hierro, estaba al borde del colapso, pero algo aún brillaba, aunque débil: la esperanza.

Jungkook, al igual que muchos, observaba el cambio con una mezcla de miedo y desesperación. El hombre al que había llegado a amar, el mismo que había tocado su alma y mostrado su vulnerabilidad, ahora se había convertido en algo irreconocible. Jimin, el rey cruel, estaba dispuesto a todo para mantener el control, y en su corazón, Jungkook sabía que las sombras de su propio dolor habían crecido tan fuertes como su deseo de poder.

Cada rincón del palacio reflejaba la creciente tiranía. Los ecos de los gritos de aquellos desterrados o ejecutados todavía resonaban en los pasillos, y las órdenes de Jimin, dadas con una frialdad inexplicable, seguían cayendo como sentencias. Él ya no era el hombre que había tocado su corazón. La realidad era que, en la búsqueda por proteger lo que amaba, Jimin había llegado a perderlo todo, incluido el mismo amor que lo había hecho humano.

Pero Jungkook no podía rendirse. No podía dejar que ese destino oscuro se apoderara de la persona que conoció, y que había amado. Había algo que podía hacer. La luz que una vez vio en los ojos de Jimin aún existía, aunque enterrada bajo capas de poder, odio y soledad. Jungkook, con todo el coraje que le quedaba, decidió que, una vez más, lucharía por él.

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Esa noche, en sus habitaciones, Jungkook preparó su plan en silencio. No podía permitirse ser visto, no podía permitir que alguien, ni siquiera los más leales a Jimin, sospechara lo que planeaba hacer. Sabía que lo que iba a intentar podría costarle más que su vida. Podría costarle a Jimin todo.

Pero ¿qué le quedaba a Jimin si continuaba por este camino? Se había convertido en un hombre frío, un tirano que gobernaba por el miedo. Y Jungkook lo amaba demasiado para ver cómo su amado se destruía desde adentro.

Jungkook había visto en los ojos de Jimin, cuando lo miraba a través de la mesa del consejo o cuando daba órdenes a los guardias, que algo dentro de él aún se debatía entre la oscuridad y la luz. Jungkook no podía abandonarlo.

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Esa misma noche, se adentró en la sala privada de Jimin, una habitación enorme y opulenta que alguna vez había sido el refugio seguro donde compartían confidencias y momentos de vulnerabilidad. Ahora, se sentía como una prisión. La cama en el centro de la habitación parecía un altar de poder, y el hombre que estaba recostado sobre ella, mirando por la ventana, parecía más una sombra que un rey.

Jungkook, con el corazón acelerado, cruzó la habitación y se detuvo justo a un lado de Jimin, que no lo había notado de inmediato. La quietud de Jimin, su postura tensa, lo hacía parecer casi más una figura de piedra que un ser humano. La frialdad de su presencia era insoportable.

“Jimin.” La voz de Jungkook era suave, pero llena de dolor.

Jimin giró lentamente, sus ojos fríos como el hielo. No había nada de lo que Jungkook recordaba en ese hombre. No quedaba rastro del rey amable, del hombre que había mostrado su vulnerabilidad en sus brazos.

“¿Qué haces aquí?” La voz de Jimin era áspera, pero no contenía la furia de antes. Más bien, parecía vacía, como si el peso de todo lo que había hecho lo hubiera dejado agotado.

“Te necesito, Jimin.” Jungkook dio un paso adelante, y aunque su cuerpo temblaba, su voz no vaciló. “No te reconozco. Ya no eres tú. El hombre que amo no es este.”

Obsesión RealDonde viven las historias. Descúbrelo ahora