El eco de los pasos resonaba en los interminables pasillos del castillo. Cada rincón estaba decorado con los símbolos de un linaje que parecía eterno: cuadros de reyes y reinas pasados, candelabros de cristal que reflejaban un esplendor que no dejaba espacio para el error, y vitrales que coloreaban la luz del amanecer como si pretendieran maquillar la monotonía que Peach sentía en lo profundo de su ser.
Al fondo, una puerta de madera tallada aguardaba como una sentencia. Dentro, el consejo real estaba reunido para discutir los "asuntos de importancia": alianzas políticas, normas protocolares, y su futuro matrimonio. Peach respiró hondo, ajustando su corona. La joya, aunque ligera, parecía pesar toneladas aquella mañana.
—Princesa, están listos para recibirla —dijo Toadsworth, inclinándose con la cortesía que dictaba el protocolo.
Peach asintió, esbozando una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Era su deber, se recordó. Un mantra que llevaba repitiéndose desde que tenía memoria.
"Ser princesa no es un privilegio; es una responsabilidad."
Al entrar, todas las miradas se posaron en ella. Rostros grises y severos la examinaron como si fuera una pieza en un tablero de ajedrez.
—Princesa Peach, hemos analizado las posibles alianzas con el Reino Spore. Su compromiso con el príncipe Clarence fortalecería nuestra posición —dijo uno de los consejeros, sin siquiera un atisbo de emoción.
Peach se sentó en silencio, dejando que los términos resonaran en la habitación. Compromiso. Alianza. Posición. Cada palabra era una cadena más, un recordatorio de que su vida no le pertenecía.
—Lo consideraré —respondió, su voz medida y neutra, mientras contenía el impulso de gritar que no quería ser una pieza de intercambio en un juego político.
Horas después, Peach escapó de las miradas inquisitivas del consejo y de la rutina asfixiante. Bajó por un pasadizo secreto que pocos conocían, uno que conducía a una habitación oculta en lo más profundo del castillo. Allí, entre pilas de lienzos, pinceles desgastados y manchas de pintura seca, se encontraba su refugio.
Este era el único lugar donde podía ser solo Peach, no la princesa del Reino Champiñón.
Desplegó un lienzo nuevo y tomó un pincel. Cada trazo de color era una liberación, un susurro de su alma atrapada. No pintaba paisajes idílicos ni retratos oficiales, sino emociones crudas: una mezcla de tonos cálidos y fríos que expresaban su dualidad entre el deber y el deseo.
—Quizás este sea el único lugar donde puedo respirar —murmuró para sí misma, mezclando un rojo intenso con un azul profundo.
La pintura comenzó a tomar forma: una figura femenina, con una corona desdibujada que parecía flotar lejos de su cabeza, casi como si intentara liberarse de ella.
El silencio fue interrumpido por un golpe suave en la puerta. Peach se tensó. Nadie debía saber de este lugar.
—¿Quién está ahí? —preguntó, dejando el pincel a un lado.
La puerta se entreabrió y apareció Toadette, una de las pocas personas en quien Peach confiaba plenamente.
—Lo siento, princesa, pero alguien ha solicitado tus servicios como... ilustradora freelance —dijo con una sonrisa cómplice.
Peach parpadeó. Era una locura, pero hacía semanas había creado un perfil anónimo para ofrecer ilustraciones. Nunca creyó que alguien realmente la contactaría.
—¿Qué tipo de encargo?
Toadette sacó un pergamino enrollado.
—Un restaurador de arte en el pueblo, llamado Mario. Quiere colaborar con una ilustradora para una exposición que está planeando.El nombre resonó en su mente. Mario. Era común, pero tenía un peso que no podía ignorar.
Peach sonrió, esta vez de verdad. Tal vez, solo tal vez, esta colaboración sería su primera pincelada hacia algo más que el deber.
—Dile que acepto. Pero recuerda, Toadette, nadie debe saber quién soy.
—Tu secreto está a salvo conmigo, Lina —respondió Toadette con un guiño antes de desaparecer por el pasillo.
Peach regresó a su pintura, pero esta vez con un nuevo propósito. Tal vez el arte no solo era su refugio, sino también la llave para redescubrirse.
Mientras la princesa daba los últimos trazos a su obra, un sentimiento extraño la invadió. Algo le decía que esta decisión, aunque insignificante a los ojos del consejo, marcaría el inicio de un cambio irreversible.
Fuera del castillo, Mario repasaba los bocetos que había enviado. Para él, el arte era más que una profesión: era una forma de conectar con algo más profundo. Lo que no sabía era que estaba a punto de colaborar con la mismísima princesa del reino, bajo el nombre de "Lina".
En algún lugar del castillo, el eco de una corona cayendo al suelo se mezclaba con el rugido silencioso de una revolución personal que estaba a punto de comenzar.
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Los ecos de un corazón real: Mario X Peach.
FanfictionEn un reino donde las tradiciones reales dictan cada aspecto de la vida, la princesa Peach decide escapar de su rutina opresiva a través del arte. En secreto, adopta una nueva identidad como ilustradora freelance. Por azar del destino, sus caminos s...