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Te dije que me iba a equivocar.

Hoy es la noche más triste.
Descubrí que dormir después de hacer el amor, no se puede con todas. Me recosté en
unos pechos desnudos, y solo tuve insomnio, porque pensé en ti, en cómo podía comerte la boca después de haberte devorado el cuerpo, en cómo el sexo contigo nunca fue en silencio, y, como en este momento mi cama es un funeral.

Me bebí un vaso y sigo sediento, me bebí otro vaso, y estoy deshidratado. Soy un desnutrido
comiendo fruta en el desierto.

Me he convertido en la zapatilla de cenicienta,
intentando que las princesas llenen este vacío que tiene la exactitud de tu figura. Entran, pero no son tú, no es tu sonrisa, no es tu cadera, no son tus piernas, no es tu voz, no es tu sabor, y mis ojos te buscan en una piel equivocada, y los cierro esperando que tu rostro se refleje
en mi imaginación y... qué clase de imbécil soy, ¿no?

Sustituyendo lo insustituible, conformándome con este éxtasis raquítico e infeliz.

Admito cuánto te necesito, necesito del adjetivo
urgente, de necesidad inmediata, necesito verte de espaldas, necesito tomarte del pelo, necesito escucharte, volver a creer que existes, vivir, morir, revivir mientras tengo las manos en tu cintura, necesito verte bailar sobre mi ombligo.

Te necesito haciéndome pequeñito, te necesito
dormida y mirarte hasta que el sol salga y vea tu piel todavía con el brillo de tu sudor caramelizado, necesito caer en coma entre tus pechos, olerlos, sorberlos, olvidar que el mundo existe cuando me vuelvo el gato que juega
con ellos, te necesito del sustantivo emergencia.

Quería olvidarte, aprender a seguir sin ti...
y fracasé.

y fracasé

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