Cicatrices.

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Y aquí estoy yo. Nuevamente tras una crisis de las fuertes.
Esas que ya deberían haber cesado gracias a los fármacos, según los especialistas de mi salud.

Este tratamiento tumba a un elefante Ana, y tú estás igual- no paran de repetirme cada vez que les confieso una de mis ya conocidas crisis.

¿Saben como diferencio yo una crisis fuerte de una suave?

Las suaves las suelo pasar sin la medicación de rescate y suelen durar 10-15 minutos.
No se confundan, son los mismos síntomas que los de una crisis de las fuertes, pero con menor intensidad.
Soy capaz de controlarlas dentro de lo que cabe.

Pero hoy quiero hacer incapie en las fuertes.

Las fuertes son esas, en las que los síntomas van mucho más allá de los que todos sabemos: disnea, temblores, boca seca -si, más aún-, sensación de ahogo, sentimiento de desmayo, desorientación, vista borrosa, sensación de infarto, taquicardia y un largo etc.

Las fuertes son las que ni con la medicación de rescate puedo superarlas.

Ni si quiera se cuánto tiempo pueden llegar a durar.

Solo pongo el bucle de mi Spotify en el que únicamente suena una canción. Esa canción que solo puedo escuchar mientras hago lo que voy a contarles.
Esa canción que me rompe y recompone a partes iguales: "cierra los ojos".

Estas crisis, son las que solamente puedo superar rompiendo mi piel con una hoja de una cuchilla bien afilada.
Para que en ese corte limpio, salga ese líquido rojo brillante que todos poseemos.

Me escudo en decir -un dolor físico que tapa uno mental- y miento.

No me duele, realmente les juro que cuando lo hago, no me duele.

Pero me da serenidad ver recorrer ese líquido rojo por mi cuerpo. Al fin y a cuentas, me hace sentir que sigo viva, jodida, pero viva.

Con 17 años me hice especialista en diseccionar cuchillas. No sé si ustedes lo habrán intentado alguna vez, pero no es nada fácil.
Pues yo, por desgracia, soy toda una experta.

Heridas que siempre terminan cerrando y se convierten en cicatrices.

Encuentro similitud en referencia a la vida de un ser humano.

El ser humano siempre tiene heridas, que sanan, pero queda siempre la cicatriz.

Para que me entiendan, mi vida ahora mismo es una herida, bien profunda que no conseguimos que cicatrice.

Las únicas personas que saben que sigo practicando este tipo de tortura contra mi misma siempre me suelen decir lo mismo - un día se te va a ir de las manos, Ana-.

En 10 años que llevo con esta manía -por llamarla de alguna forma suave-, solamente una vez se me ha ido de las manos.

Y ahí quedó grabado para siempre.

En mi muslo izquierdo, y en mi muslo derecho.

Recuerdo ese día como si fuese este mismo instante. De esos dos cortes no salió sangre.
Salió un líquido blanquecino el cuál consiguió acojonarme.

Nunca permito que me toquen esas cicatrices, ni yo misma soy capaz de hacerlo, directamente me transportan a ese día y es algo innecesario.

Esas cicatrices son bastante notables. Y siempre hay gente que pregunta- ¿y esas cicatrices?

Heridas de guerra- siempre la misma respuesta.

No me apetece dar explicaciones más allá de lo que ya sepan.

En parte, por eso, aunque estemos a 40º siempre intento vestir de largo.
Para que no se vean, y así evitar la incómoda pregunta.

También lo hago por mi complejo. Siempre tuve complejo de piernas de elefante. Es así.

Irónico que a la mayoría de los hombres con los que he estado, es una parte de mi cuerpo que les fascine.

La parte que más odio de mi cuerpo, la que más destaque y le guste a los hombres.

Aún recuerdo cuándo tenía sexo con mi flotador, siempre me decía lo mismo -tienes un cuerpazo, y unas piernas de infarto-.

Recomendación para las personas que lean esta historia más allá de Jimena y Alana: no opinen del cuerpo de nadie.

Es imposible saber si tienen complejo.

No es agradable escuchar que tienes un cuerpazo cuando tú no te sientes cómoda con él.

No es agradable, ya que en una persona como yo, que sobre piensa las cosas, le creas aún más complejo aunque suene contradictorio.

Y aquí estoy yo, pensando en que eso se basa mi cuerpo. En cicatrices.

Cicatrices sin color, y cicatrices con color llamadas tatuajes.

No sabría decir que porcentaje es más alto.

Ambas con historias internas que no estoy dispuesta a contar a cualquiera.

Y aquí estoy yo, acordándome como se enganchaba decididamente en uno de estos que tengo marcado en mi cadera cada vez que teníamos un sexo un tanto salvaje .

Recuerdo tanto su mano como su mirada fijadas y clavadas en las iniciales que están cicatrizadas en esa parte de mi cuerpo.

También recuerdo como besaba delicadamente cada milímetro del tatuaje de mi signo zodiacal cicatrizado en mi costado izquierdo, después de un intenso orgasmo.

Me atrevería a decir que es un caradura o sinvergüenza. Siempre burlándose de mi porque -yo creo en la ciencia, los horóscopos son para sugestionarte- me vacilaba siempre con esta frase.

Pero en realidad, no paraba de acariciar y besar esa cicatriz de color negro, azul y rosa.

Con la protagonista constelación de Piscis que es atravesada por los dos peces del mismo signo.

Incoherente. Eso era mi flotador.

No estoy seguro de querer terminar esto- mintió en la última conversación que tuvimos.

Cada vez que veo como me esquiva, siento como la pequeña parte de mi corazón que quedaba ilesa, se rompe.

Mi corazón frágil, que aún con pesadez, sigue latiendo ligeramente.

<Corazón de cristal>.

Me han roto tantas veces el corazón, que parece una típica copa de vino, frágil y delicada.

Esos pedazos nunca se recomponen.
Ni falta que les hace, todo lo que soy ahora, es por haber aprendido de un pasado doloroso, el presente no es mucho mejor, y me atrevo a decir que el futuro pinta bastante peor.

Y aquí estás tú. En mi mente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora