El pueblo.

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Y aquí estoy yo, en el pueblo.
Sentada en mi sitio oficial de la casa.
A mi derecha está Simba, mi gato, aunque ahora semicallejero, pero siempre en busca de caricias.

La última vez que estuve en esta casa, sentada en este sitio, fue con mi flotador.

Le gustaba estar aquí, o eso decía.

Total, un pueblo en el que apenas hay 15 habitantes es un buen lugar para descansar.

Y aquí estoy yo, haciéndome la típica foto espejo del cuál -este le tenemos que aprovechar la próxima vez- me dijo con un tono picaresco mientras me sonreía.

No hubo próxima vez. Y mi intuición dice que no la habrá nunca más.

Así que para lo único que puedo aprovechar este espejo, es para eso, simplemente para hacerme una foto.

Os comunico que Simba es un gato muy peculiar, no con todo el mundo se lleva bien, solo con los -de casa- es el gato más cariñoso del mundo, pero solo con nosotros.

Por eso se me hizo raro y enternecedor a partes iguales que mi flotador ya le llamase-mi colega-.

Simba siempre iba de mis piernas a las suyas, por eso pensaba que este hombre, que ya no forma parte de mi vida, <era casa>.

En lo que si forma parte es en el -para mí- temible WhatsApp. Coronando con primera posición en el lugar de "archivados".

No suelo tener conversaciones ahí, solo las que se que se han terminado y muy a pesar, soy incapaz de poder borrar.

Siento que si por una alineación de los astros, o el querido Mercurio Retrógrado que está al caer, hace su efecto. Éste me enviase un mensaje, al menos no me daría ese mini infarto al recibir la notificación.

Pero no va a ser así, no me va a hablar, y yo, como buena orgullosa que soy, tampoco.

Quizás debería tragarme el orgullo por una vez y preguntar cómo le va la vida, porque ansío saberlo.
Pero no va a ser así, ni quiero molestar, ni impedirle que siga con su vida, ni si quiera permitirme que se ría de mi como la -típica pringada que no supera a su casi algo-.

Y aquí estoy yo, al calor de una vieja y roída estufa.

Recuerdo que las últimas veces que estuve en esta casa, no entraba en calor de la misma forma precisamente.

Aunque a estas alturas, con tanta medicación nueva, adiós libido.

Y también recuerdo que Simba no era el único que me daba cariño en esta casa.

Hablo de un tiempo que parece tan lejano, porque esa es mi percepción, pero hace un mes de todo esto.

Hace un mes mi estabilidad emocional quería asomar, pero que va, ni de broma lo ha conseguido.

Y aquí estoy yo, escuchando el ronroneo de Simba, y el sonido de la leña consumirse.

Consumirse, igual que lo he hecho yo poco a poco sin que nadie se percatarse de este acto.

Escucho entre las parras de las uvas ya inexistentes, las ráfagas de viento.

Me gusta ese sonido.

El olor a humo, dado por las llamas avivadas que consumen los grandes trozos que la naturaleza nos regala.

El pueblo es paz y serenidad, pero también impotencia y tristeza.

Estar tan sola, y aislada en este lugar, da para pensar en muchas cosas, justo lo que me hace falta ¿verdad? -pista, es ironía-.

Pero si que es cierto que los pensamientos aquí son más claros e intensos.

Sentada en este butacón de madera he tenido muchísimos momentos felices, pero también amargos.

En este caso, voy a ser optimista y quedarme con los buenos.

Recuerdo hace cuestión de dos años, estar sentada en el mismo sitio, y en el contiguo, mi abuela, mientras asabamos unas castañas en esta destruida pero ardiente estufa.

Recuerdo como ella siempre me defendía de mi ex pareja -cucaracho como le suele  llamar Jimena -.

Recuerdo como de pequeña me daba el aguinaldo como si estuviera traficando con algo ilegal, dándome así el dinero a escondidas seguido de un -no se lo digas a tu madre-.

Recuerdo como cocinaba para ella, y siempre rechupandose los dedos decía -que bien cocinas hija, como lo hagas todo así, vas a encontrar un buen mozo- siempre sonriendo.

Abuela, donde quieras que estés, me haces falta, ese mozo no va a llegar, siento desilusionarte.

Recuerdo la última frase que me dijo antes de que nos dejase.

Ese mismo día, fui a darle el desayuno, esta mujer anciana ya sin apetito ninguno. No pudo hacerlo.

Me tienes que prometer que vas a comer al medio día -dije mi última frase mientras le daba un enorme y ya último beso en vida.

Sin embargo, ella desde su cama, de la cual ya no podía levantarse, le dió un punto de lucidez y me juró - voy a comer hoy, te lo prometo- y ese día comió.

Esa misma tarde, a las 8 estaba recibiendo la peor llamada que podría tener. Esta querida mujer por todo el mundo que la conocía, ya no estaba entre nosotros físicamente.

Por eso ahora mismo, no me permito recaer en problemas alimenticios, porque ella, en sus últimas palabras me prometió que iba a comer. Y lo cumplió.

Así que como homenaje yo voy a hacer lo mismo por ti, abuela.

Mi abuela era una mujer con muchísimo carácter, sin pelos en la lengua, y te decía las cosas tal cual las pensaba, sin filtro alguno.

Pero también era una mujer que abría las puertas de su casa a todo el mundo que por ella pasase.

Al igual que su corazón .

Por eso, todo aquel que llegase a conocer a esta persona, se enamoraba sin piedad de ella.

No hablo de amor como se piensan, no me malinterpreten. Si no amor de dulzura, hacia una mujer que vivió una guerra y mil historias más que a mí siempre me encantaba escuchar de su boca. Y por desgracia, nunca más podré hacerlo.

La mujer de mil historias, que ojalá algún día pueda llegar a parecerme una mínima parte.

Y aquí estoy yo, pensando en lo que me dijo mi amigo Aitor hoy, tras ver que ya no soy la Ana de siempre.

Venga para adelante con el 'chico del perro'- así llama él a mi flotador.

Sentí una vez más, ese trocito de corazón partirse- no, Aitor, ya no- anuncié una vez más mis fracasos amorosos.

Sentí su cara de confusión, y entendible. Ya que lo nuestro "lo llevábamos en secreto" pero era un secreto a voces.

Hasta Aitor se dió cuenta, y eso que él, es una persona que no sabe ni por dónde les viene el aire, no se entera de nada.

Así que se pueden imaginar como era este secreto.

Y aquí estás tú. En mi mente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora