Cuando abrió los ojos después de descansar, un aroma particularmente delicioso llenó su nariz. Era el aroma de una hembra.
Una hembra joven, por lo demás.
Definitivamente una hembra que había tenido un cachorro recientemente a juzgar por el aroma a leche materna que todavía provenía de ella.
Yoongi supo, instantáneamente, quien era esa hembra. Era una humana, una de las que había traído ese draakonii Syran. Era la humana que había procreado de forma involuntaria con ese otro macho humano.
Bueno, a Yoongi no le importaba. Él era paciente. Y si bien como cada dragón era posesivo, él también era inteligente y analítico y sabía que no podría obtener a la hembra que quería si no convivía y compartía con él.
Desde que había llegado esa hembra, Yoongi no pudo hacer algo más que desearla intensamente y de quererla solo para él. Algo en ella, en su aroma, le encantó. Lo atrapó.
Yoongi era un dragón blanco. Un draakonii Kantcat. Era conocido por ser astuto e inteligente. Un genio entre genios. Así que él haría lo que cualquier macho de su raza haría en su lugar, planearía hasta que estuviera seguro de tener todo perfectamente planeado de tal forma en que nada pudiera fallar.
Él pasó sus días planeando, observando y trabajando, creando ideas durante tres años mientras observaba a la hembra que quería desde lejos. Su amor no haciendo nada más que crecer y crecer por ella con el paso de los ciclos lunares.
Su nave estaba preparada. La trampa estaba hecha.
Y Yoongi estaba esperando.
Con una sonrisa ladina, él atrajo al Bycora'uhn (al que su hembra solía llamar conejo, lo que sea que fuera eso) que su futura pareja tenía de mascota.
—¡Mierda! —escuchó a Hanbyol chillar. —Michael, ¡Voy por Lycoris! ¡Jungkook tiene al bebé! —la escuchó gritar. El sonido de sus pasos moviéndose por el bosque. Él la observó desde su lugar en las firmes ramas de los árboles.
La emoción lo llenó. Su corazón latiendo con fuerza mientras escuchaba a su dragón interior gritar y rugir como un cachorro emocionado. Los draakonii Syran eran cazadores feroces y luchadores que iban directo al punto, pero los draakonii Kantcat eran diferentes.
Los draakonii Kantcat eran perfectos planificadores, disfrutando más de crear estrategias para la persecución que corriendo a lo tonto y a lo loco. Los draakonii Kantcat preferían jugar con su presa en lugar de simplemente cazarla.
—¡Lycoris! —escuchó a su hembra gritar.
Yoongi saltó, moviéndose entre la naturaleza. Su enorme cuerpo de batalla alzándose mientras miraba a su hembra, volviendo rápidamente a su forma de dos patas. Ella se giró, su aroma una mezcla de confusión y miedo en cuanto sus miradas se encontraron, antes de que él reconocimiento brillara en sus ojos mientras él la pinchaba con un rápido movimiento.
Una sonrisa en sus labios mientras pensaba lo afortunado que era por tener a una hembra tan bonita y perfecta como ella para él. ¡Y su aroma era deliciosa además!
HanByol, su querida hembra, se desmayó. Yoongi la atrapó entre sus brazos, antes de regresar a su forma de batalla, sus alas moviéndose en un rápido movimiento mientras emitía un rugido de victoria y acunaba entre sus patas delanteras a su pareja.
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Cuando Hanbyol despertó no supo dónde estaba. El frio mordiendo su piel como diminutos alfileres dolorosos. Ella gimió sintiendo un ligero dolor de cabeza mientras se sentaba. Sus ojos acostumbrándose a la vista.
Hanbyol observó a su alrededor. Paredes blancas y estériles, sin personalidad alguna. ¿Dónde demonios estaba ella ahora?
Se levantó lentamente de la cama mullida en la que se encontraba, moviéndose con cautela del lugar hasta que pudo salir de la habitación. Estaba envuelta en un silencio extraño, roto solo por el sonido rítmico de un respiro profundo y pesado que ella no sabía muy de donde provenía.
Entonces, apenas se abrió la puerta, lo vio.
El dragón blanco yacía enroscado a unos metros de ella, su cuerpo inmenso ocupando casi todo el lugar. Su pecho subía y bajaba con una cadencia hipnótica, cada exhalación dejando salir una neblina helada que cubría el aire con pequeños cristales flotantes. ¿No se supone que los dragones exhalan fuego? ¿Por qué este estaba expulsando hielo entonces?
Hanbyol frunció el ceño. A pesar de su tamaño colosal, el dragón parecía... tranquilo. Casi en paz.
Su cola estaba enrollada alrededor de un montón de tesoros —joyas, ropa y mantas cómodas, y artefactos que parecían antiguos y bonitos—, pero sus escamas blancas brillaban más que cualquier cosa que hubiera cerca. Los destellos plateados de su cuerpo parecían formar constelaciones vivas bajo la tenue luz azulada que se filtraba desde las grietas de hielo en el techo.
Ella tragó saliva, inmóvil. ¿Qué haría si despertaba? ¿Por qué la había traído allí? ¿Quién era este bastardo?
El recuerdo de su captura aún era un borrón: la mirada felina, la sonrisa que parecía casi amorosa y el pinchazo doloroso en su cuello.
Este bastardo fue el que la secuestro. Jodido idiota.
Sus ojos viajaron a la cabeza de la bestia, a esas astas decoradas que parecían obra de un escultor divino. Cerrados, los ojos del dragón no parecían tan intimidantes, pero aun así su presencia era sobrecogedora. Su hocico estaba relajado, casi... suave. Había algo inusitadamente pacífico en la criatura, algo que la hacía dudar de que tuviera intenciones crueles.
Pero este era un hombre después de todo. Y no se podía confiar en los hombres. Michael se lo repetía constantemente mientras se quejaba de Leotra.
Hanbyol apretó los labios, dudando. Y luego pateó fuertemente el hocico del dragón.
La bestia despertó resoplando y retrocediendo casi sorprendido mientras la miraba, como si no hubiera esperado que ella le hiciera eso.
"¿Qué?" Espetó Hanbyol, cruzándose de brazos. El dragón parpadeó, ladeando ligeramente la cabeza. "Te lo mereces."
Él dragón resopló, acercando su hocico a ella y olfateando. Sus fosas nasales ensanchándose mientras capturaba su aroma. Un ronroneo que parecía provenir desde lo más profundo de su pecho escuchándose.
Hanbyol frunció el ceño. "¿Qué estás haciendo? ¿Estás ronroneando?"
Observándolo por más tiempo, notó la leve inclinación de su cuerpo hacia donde ella estaba. Aunque bueno, eso fue algo obvio de notar. El bastardo estaba casi pegado a ella tanto como su enorme cuerpo se lo permitía. Ahora, Hanbyol no era una experta, pero estaba casi segura de que reconocía a este hombre. Lo había visto muchas veces antes, merodeando cerca o sobrevolando a su alrededor antes de ser espantado por Jungkook o por NamJoon (un amigo que ella se había hecho allí).
"¿Por qué me secuestraste?" Hanbyol cuestionó.
En un parpadeó, donde antes hubo un dragón enorme ahora había un hombre. Era un poco más alto que ella (pero no tanto como Jungkook, Leotra o Namjoon), de cabellera de un rubio tan claro que casi parecía blanco y de mirada felina.
"Para cortejarte, por supuesto." Le respondió él. Su voz sonando baja y ronca, demasiado tranquila para la situación. Una sonrisa ladina en sus labios, sus ojos negros brillando casi cariñosamente.
Genial, pensó Hanbyol. Le gustaba al loco.

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The White Draakon |myg|(#2)
Fiksi Penggemar¿Podrá el amor surgir entre dos especies diferentes con diferentes personalidades? ¿El miedo o el corazón, quién ganará?