Carmín.

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Miro a través del vidrio de la ventana del Roll Royce, diviso el enorme portón victoriano abrirse dejando pasar el auto que lo transportaba, frente a sus ojos se alzaba un jardín que parecía haber sido tallado por el mismísimo Miguel Ángel. El pasto tenía tonalidades de verdes que solo pudieron ser creadas por las manos de un artista, a lo lejos pudo notar una fuente adornada con esculturas de hermosas ninfas que parecían defender el agua cristalina que descansaba en la estructura. Más allá se alzaba en todo su esplendor EL Chǎteau de La Libídine, el pelinegro había pedido a su viejo maestro que le explicara el significado del nombre de aquel lugar pero este había hecho caso omiso alegando que en la vida hay cosas sobre las cuales la ignorancia es el mejor camino.

El Chǎteau de La Libídine podía decirse que era un castillo victoriano que sobrevivió al paso del tiempo como si la historia se hubiese quedado impregnada en las paredes del lugar, según lo que le dijeron contaba con más de veinte habitaciones y en la parte superior tenía un campanario que ocupaba casi toda la estructura principal, el ala oeste era el sector de la servidumbre, su nuevo hogar. Según las reglas que le fueron enviadas por carta no tenía permitido ir al ala sur del castillo ya que en ese lugar se hallaba los aposentos del amo y según le había explicado Tom solo él y la anciana Elisa tenían permitido el paso a esta ala. No iba negar que todas esas reglas que había leído le parecían demasiado además de que alimentaban su curiosidad, ¿Por qué era tan secreto? ¿Qué era lo que realmente ocultaba el conde Malfoy?

El sonido del auto deteniéndose lo trajo de vuelta a la realidad, ciño el agarre al asa de su maleta y bajo a paso seguro cuando la puerta del vehículo le fue abierta, frente a él se hallaba Tom con esa expresión tan estoica, el pelinegro sonrío antes de hacer una reverencia ante quien ahora sería su superior.

−Bienvenido –saludo Tom e hizo que una de las criadas tomara la maleta del pelinegro.

−Puedo llevarla yo mismo, gracias –indicó con voz tranquila. La muchacha se sonrojo y asintió en conformidad.

Tom solo carraspeo su garganta antes de guiarle hacia dentro de la mansión mientras recitaba de nueva cuenta las reglas que el pelinegro ya había leído y se sabía de memoria, al parecer Tom no tenía confianza en su capacidad de retención. El pelinegro no iba a refutar aquello pues si deseaba poder tener los fondos suficientes para pagar sus estudios en París ser empleado en esa enorme mansión era lo único a lo que podía acceder siendo quien era.

−Hemos llegado, esta será tu habitación durante tu estadía en la mansión –dijo Tom dejándole pasar a un cuarto que para cualquier otro podría haber parecido pequeño pero para él esas cuatro paredes eran lo más lujoso en lo que jamás pudo soñar vivir. –Acomoda tus cosas y descansa vendré por ti para cenar y allí conocerás al Sr. Malfoy, me alegra que estés aquí Harry.

El nombrado sonrío eran escasas las palabras de afecto que Tom podía pronunciar por lo que las esporádicas ocasiones en las que fue el receptor de aquellos solo lo colmaban de alegría, después de todo Tom era la única persona a la que Harry podía llamar familia.

Harry apenas había cumplido sus dieciocho años, el mundo en dónde había nacido era regido por señores feudales que se jactaban de su fortuna edificando esas enormes mansiones que adornaban las praderas del país. Sin embargo también existían los pequeños suburbios que atestaban a desgraciados que proliferaban cual ratas de alcantarilla, el vio la luz por primera vez en un recoveco de estos suburbios hijo de una prostituta que no podía darle una vida digna fue entregado al orfanato cuando apenas tenía tres años. Los sacerdotes y monjas del lugar se encargaron de su educación de hacerlo crecer como todo un joven de bien debe ser, o al menos de eso se jactaban, claro que no iban a hablar de los castigos que eran su yugo cuando osaba hacer una pequeña travesura que pudiera ser común en cualquier niño.

Koi No JokanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora