3. "Cuéntame tu historia y tómate tu café".

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Capítulo III.
"Cuéntame tu historia y tómate tu café."

—No soy tu GPS, esto es un establecimiento de comida rápida, no un ubicatorio—la señorita hizo una mueca de disgusto.

«¡¿QUÉ?!»

—Yo si sé que eres: ¡una auténtica hija de perra!

—¿Seguridad, seguridad? —llamó la cajera, pero nadie se inmutó.

Tal vez a ella, si le desearía que se le rompa una uña.

Evelyn salió echando pestes a aquella rubia oxigenada, pero gracias a la gente finalmente pudo llegar.

Era la misma casa bonita de siempre, un jardín plantado de flores púrpuras, jazmines y amapolas.

Inmediatamente un olor a canela y clavo dulce inundó sus fosas nasales, tocó una vez, pero nadie abrió, volvió a tocar, y todavía nadie respondía; se descalabró el puño tocando, y todavía no había nadie dentro.

Eso pasa por no avisar ¿Quién va a una casa sin siquiera llamar? casi ochenta kilómetros para encontrar una casa vacía, seguramente Alatna estaba en una fiesta; cosas de jóvenes despreocupados que en menos de un año entrarán a la universidad; y Celia, la persona que quería encontrar, estaba haciendo cosas de madres, ¿Quién sabe?

Se dio la vuelta dispuesta a irse.

—¡Cariño! —una voz familiar le saludó por detrás—, ¿Qué haces por aquí?
—Hola, Celia, ¿Qué tal? —saludó sin voltearse.
—Todo en orden, ¿No quieres pasar? estoy haciendo té.
—Claro.

Celia sacó las galletas del horno y las puso a enfriar, Evelyn sirvió el té, tenía un color miel, y un olor tan fuerte que tenía que cerrar los ojos.

Celia y Evelyn duraron un buen rato hablando cosas triviales, Celia le dijo que trabajaba como enfermera en un hospital cerca de la casa de su hermano, y que siempre lo visitaba y le llevaba comida, le aclaró que él estaba bien, y que tenía una novia, realmente eso fue lo único que hablaron, hasta que Celia decidió romper el silencio que hace unos minutos reinaba en la sala.

—¿Necesitas decirme algo, cierto? —Celia interrumpió.
—Sí, no vine sólo a visitarte.
—Lo sabía, corazón, pero por lo visto no sabes introducir temas sin dar rodeos.
—Se me hace difícil —admitió.
—Sígueme

Celia Jhons guió a Evelyn a una habitación sin iluminación artificial, en el centro de esta había un círculo enorme por el que la luz de la luna se colaba y llenaba toda la estancia.

Pronto sería luna llena y esos días eran los favoritos de Evelyn, no habían criaturas extrañas que perturben su sueño, y la cobardía se iba, esos días podía disfrutar de ser ella en su plenitud dándole tregua a aquellos temores que la ataban.

Si fuera a hacer una locura algún día, como mudarse del país, o siquiera dejar el trabajo, sin duda lo haría un día de luna llena.

—Siéntate allí —Celia señaló una silla que estaba al frente de la suya dentro del círculo.

Sin darse cuenta se hallaba sentada, y Celia estaba observándola fijamente.

Su teléfono sonó, y Celia la miró con severidad, una mirada que hubiese encajado perfectamente si se hubiera puesto un bikini para ir a un entierro.

—¡Saca esa maldita cosa de esta habitación! —las palabras de Celia resonaron por toda la casa.

Evelyn obedeció, luego entró de nuevo a la habitación, y cerró la puerta de un estrellón que hizo que ella misma se sobresaltara.

—¿Qué es eso tan importante que necesitas decirme?
—Necesito hablarte de los mefíticos.

Crónicas de un cadáverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora