9. El cárdigan rosa

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Sábado, 14 de octubre, 19:18
(Una semana después)

Sara

—¿Entramos en esta tienda? —pregunta Elisa.

El centro comercial está abarrotado y nos cruzamos con un grupo de adolescentes al atravesar la puerta. El plan inicial era ir al parque a patinar, pero llueve desde el mediodía.

—Me habéis salvado de estar toda la tarde en casa muerta del asco —dice Cristina.

—Ya sabes que cuando te apetezca salir a dar una vuelta solo tienes que llamarnos —le aseguro—. Si nosotras no te escribimos más, es porque no queremos agobiarte.

—Nunca me agobiais.

Sonrío. Es una chica maravillosa.

—Los que sí que me agobian son mis padres —se queja—. Me dais envidia. A mí me encantaría vivir sola y estar alejada de ellos durante una temporada.

—Eso decía yo —habla Elisa—. Y mira, ahora sueño con los abrazos de mi madre a todas horas.

—Eso es porque tu madre no es tan pesada como la mía.

—Créeme, es muy pesada. Si no, pregúntale a Sara, que ella la conoce bien.

Cristina me mira. Creo que es consciente de que Elisa no es la única que necesita un abrazo de mamá porque dice:

—¿Tú también echas de menos a tus padres?

Asiento.

—Muchísimo.

—Y eso que sus padres sí que son los más pesados del mundo —bromea Eli.

Me da la risa. Paso los dedos de forma distraída por el perchero de blusas de nueva colección.

—¿Son muy estrictos? —indaga Cris.

¿Lo son? Estoy convencida de que no. Pero es cierto que tampoco me dan demasiada libertad.

—No sé —respondo al final—. Es que como no fui muy problemática nunca me han tenido que prohibir nada.

—Seguro que eras la típica niña buena.

Me encojo de hombros.

—Sí, supongo que sí.

—Ojalá mis futuros hijos sean iguales que Sara —dice Elisa—. Estaría tan orgullosa de ellos...

El halago me hace reparar en un pequeño detalle: mis padres nunca me han dicho que están orgullosos de mí.

Sin embargo, sé que son mejores padres que los que ellos tuvieron. Por eso no puedo culparlos de los errores que cometieron sin darse cuenta. Porque cuando se hace algo con tanto amor, no existen víctimas ni villanos.

Así que descartada la opción de enfadarme, ¿qué se supone que debo hacer ahora?

Levanto la mirada. Ver eso de lo que llevo rehuyendo durante años me da la respuesta.

—Voy a probármelo —digo muy convencida.

—¿Qué?

—Que voy a probármelo. —Camino hacia el montón de ropa que hay delante de mis ojos.

—¿El jersey gris? —pregunta Cristina.

Niego. El jersey gris es la prenda segura, pero no es lo que quiero.

—El cárdigan rosa.

⭐️

—¿Habéis liberado ya a mi novia o seguís teniéndola secuestrada?

Elisa y yo nos tropezamos con Alberto mientras subimos las escaleras del portal.

—Secuestrada. —Eli le sigue el juego. Después de salir del centro comercial, acompañamos a Cristina hasta su casa—. Si la quieres de vuelta, tenemos que negociar.

—¿Cuánto pedís por ella?

—Los asuntos económicos los lleva mi compañera. —Me señala con la cabeza.

Alberto sonríe.

—¿Es tu contable? Qué bien montada tenéis la banda criminal.

—Directora de operaciones —lo corrijo—. Un respeto.

—Perdón, perdón. —Levanta las manos como gesto de paz—. Pues dígame, directora de operaciones. ¿Qué tengo que hacer para recuperar a mi novia?

—Mmm... no sé. ¿Qué me ofreces?

—Mi presencia. ¿Te parece poco?

—No me convence. Nos quedamos con Cris. —Agarro a Elisa y finjo que me marcho.

Alberto se cruza de brazos frente a nosotras.

—¿No me vais a enseñar las compras antes de iros? —Apunta las bolsas con el dedo.

—Mira. —Le muestro emocionada el cárdigan. Y es que, pese a que me siguen importando las opiniones de los demás, creo que puedo probar a llevar encima de mis inseguridades lo que me dé la gana—. ¿A que es de un color superbonito?

—Sí, pero el rosa me gusta más en las bragas.

—¡Oye! —Le doy un golpe flojo en el hombro.

Él se ríe e inclina la cabeza hacia Eli.

—¿Y tú? A ver qué llevas ahí...

—Ni de coña. —Elisa se abraza a su bolsa—. Que yo sí que he comprado ropa interior.

—No pasa nada, mujer. Estamos en confianza.

Ella le da un manotazo.

—¡Gilipollas!

—Anda, dame una alegría y di que mi chica también se ha comprado bragas nuevas.

—No podemos dar información sobre los rehenes.

—O sea que sí. —Sonríe de oreja a oreja y se frota las palmas de las manos—. Buff, me la voy a comer con etiquetas y todo.

—¡Puaj! ¡Qué cerdo!

—Me piro, que me estoy poniendo tonto. Deseadme buen provecho.

—¡Alberto!

Se despide de nosotras con un rápido beso en la mejilla y echa a correr escaleras abajo.

—Ni teniendo pareja asienta la cabeza —resopla Elisa—. Cada día es más animal.

—Eli, es el amor. Nuestro niño está ilusionado.

—Nuestro niño es un bruto.

Me río.

—Sí, pero está muy feliz.

Reanudamos el camino. Y cuando llegamos a la cuarta planta, Elisa saca las llaves del bolso y abre la puerta de su piso.

—¿Pasas un rato? —me pregunta.

La miro, indecisa. Hoy me lo he pasado muy bien, pero llevo seis días ocultando que tengo un nudo detrás de las costillas.

—Es que yo...

—Venga, y así me cuentas qué está pasando con Lucas.

Lo adivina sin esfuerzo, a la primera. Agacho la cabeza y entro en su apartamento.

Necesito un abrazo de mamá.

Y necesito un abrazo de mi mejor amiga.

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⏰ Última actualización: 17 hours ago ⏰

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