sombras del infinito

El Desgarrón de la Esperanza (Parte 2)

La quietud entre ellos no era incómoda, pero sí pesada, como si cada palabra no dicha fuera una piedra más sobre sus hombros. Geto no podía dejar de pensar en lo que acababa de confesar. En otro tiempo, habría esperado una respuesta ingeniosa, una de esas bromas de Gojo que siempre lo hacían rodar los ojos pero, de alguna manera, aligeraban su carga. Pero ahora, Gojo no parecía tener nada más que ofrecer salvo su mirada penetrante y su mano firme en su hombro.

"¿Cómo llegamos aquí, Gojo?" preguntó Geto, rompiendo el silencio con una voz apenas audible. "¿Cómo dejamos que todo esto se convirtiera en... esto?"

Gojo apartó la mano lentamente, cruzándose de brazos como si intentara protegerse de la pregunta. "No sé, Geto," respondió, su voz baja. "Pero no pienso perderte sin pelear."

Las palabras de Gojo dejaron una marca, pero Geto no estaba listo para aferrarse a ellas. Había algo quebrado dentro de él, algo que no podía repararse con palabras, ni siquiera con las de alguien como Satoru Gojo. Esa noche, cuando finalmente se separaron, Geto sabía que estaba en el borde de algo irreversible.

Días después...

El caos lo consumió todo.

La aldea era un lugar que Geto alguna vez había protegido, un recordatorio constante de los inocentes a los que había jurado proteger como hechicero jujutsu. Pero ahora, en medio de las llamas y el eco de los gritos, Geto observaba lo que había hecho con una mezcla de vacío y desesperación.

No podía recordar exactamente el momento en que cruzó la línea. Quizás fue la acumulación de noches sin dormir, de rostros de personas que no pudo salvar, de la creciente distancia entre él y Gojo. O tal vez fue simplemente su decisión de rendirse. De dejar de luchar contra el odio y la impotencia que lo carcomían.

"¿Qué estoy haciendo?" murmuró, pero no había nadie para responder. A su alrededor, los restos de la aldea ardían como un monumento a su desesperación.

La destrucción era su única respuesta al caos interno. En su mente, el acto no era solo una declaración; era una liberación. Pero al mirar las cenizas de lo que una vez fue una vida pacífica, Geto sintió un peso aún mayor sobre sus hombros. Y supo que no podía quedarse más tiempo en la academia, ni cerca de las personas que habían confiado en él...