Capítulo 2: La chispa de la rivalidad

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Hay pocas cosas que disfruto más que una competencia

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Hay pocas cosas que disfruto más que una competencia. Ver cómo alguien intenta, con todo su empeño, vencerme y fracasa es, honestamente, un placer que nunca me canso de experimentar. 

Y ayer, durante el debate, no fue la excepción. Helia Laurent, la reina intocable, había hecho su mejor esfuerzo. Admito que estuvo cerca. Pero al final, mi equipo se alzó victorioso, como siempre.

Y esa sonrisa que le dediqué cuando anunciaron los resultados... bueno, digamos que fue el broche de oro.

Hoy, mientras camino por los pasillos abarrotados del instituto, no puedo evitar notar las miradas. Algunas admirativas, otras celosas. 

Estoy acostumbrado a eso; ser el centro de atención viene con el territorio. Pero, entre todas esas miradas, solo hay una que realmente espero encontrar.

Y ahí está ella, apoyada contra los casilleros, rodeada de su inseparable grupo de amigas. Helia no parece haber notado mi presencia todavía, lo cual es raro.

Usualmente, parece tener un radar para mi arrogancia. Lleva el cabello recogido en una coleta alta, con mechones que caen descuidadamente sobre su rostro. Es el tipo de descuido que parece completamente planeado.

Me detengo unos pasos antes de llegar a donde está.

—Román, ¿vienes con nosotros a la cafetería? —pregunta uno de mis amigos, pero apenas lo escucho.

—Vayan adelantándose —respondo sin apartar la vista de Helia.

Ella levanta la mirada justo en ese momento, y nuestras miradas chocan como si estuviéramos en otro campo de batalla. Helia me lanza una de sus miradas heladas, esas que podrían congelar a cualquiera con menos confianza que yo.

Camino hacia ella, ignorando a sus amigas, que se apartan ligeramente al verme acercarme.

—Laurent, ¿cómo te sientes después de la derrota de ayer? —pregunto, cruzándome de brazos y ladeando la cabeza. Mi tono es casual, pero sé que mi pregunta tiene un filo que no pasará desapercibido.

—Sorprendida, en realidad. No pensé que pudieras ganar sin sobornar a los jueces —responde, sin siquiera titubear.

Esa es una de las cosas que más me divierte de Helia: siempre tiene una respuesta lista.

—Touché. Aunque sabemos que no lo necesitas cuando tienes talento natural, ¿verdad? —le digo, inclinándome un poco hacia ella.

—Talento natural o una boca lo suficientemente grande como para impresionar a cualquiera —replica, arqueando una ceja.

Sonrío, genuinamente divertido. Esto es lo que disfruto más que ganar: este tira y afloja con ella, estas pequeñas batallas dentro de una guerra más grande.

—Admito que disfruto nuestro pequeño juego, Laurent. Aunque, siendo honesto, a veces pienso que te esfuerzas demasiado por alcanzarme.

—No necesito alcanzarte, Román. Estoy en un nivel diferente al tuyo —dice, con una seguridad que casi me hace creerle.

La alianza de los corazones oscuros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora