Las semanas pasaron más rápido de lo que esperaba, pero cada día se sentía más pesado que el anterior. La indiferencia de Helia había construido un muro entre nosotros, uno que parecía imposible de derribar. No hablábamos. Apenas nos mirábamos.
Y aunque trataba de concentrarme en todo lo demás —las clases, los entrenamientos, las actividades del consejo estudiantil—, no podía ignorar el vacío que había quedado en mi vida.
Era absurdo, lo sabía.
¿Cómo podía dolerme algo que yo mismo había provocado?
Había sido mi decisión mantenerme distante, ignorarla, tratarla como si no significara nada.
Y al principio funcionó, o al menos eso creí. Pero ahora... ahora no estaba tan seguro.
Estaba en el campo de fútbol después de clase, entrenando solo. Pateaba el balón con más fuerza de la necesaria, como si pudiera descargar toda mi frustración en él.
—Otra vez aquí, ¿eh? —dijo Calef, acercándose con su típica expresión burlona. Era el único que parecía notar mi humor últimamente, aunque no siempre estaba dispuesto a admitirlo.
—¿Qué quieres, Calef? —gruñí, deteniendo el balón con el pie.
—Solo comprobar si sigues siendo un idiota o si ya hiciste algo para arreglarlo.
Rodé los ojos. Calef siempre tenía que meterse donde no lo llamaban.
—No hay nada que arreglar —mentí, pero mi tono me traicionó.
Calef se cruzó de brazos, estudiándome con esa mirada que usaba cuando quería sacarme de quicio.
—Claro, porque evitar a Helia y actuar como si no te importara es una estrategia brillante.
—Déjalo, ¿quieres? —murmuré, pateando el balón hacia la portería con más fuerza de la que pretendía.
Pero incluso mientras decía eso, sabía que tenía razón. Helia estaba en mi cabeza constantemente. Sus respuestas rápidas y su confianza inquebrantable, la forma en que me miraba con desafío cuando estábamos en desacuerdo...
Todo eso se había convertido en algo que extrañaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Había notado cómo ella también parecía distinta últimamente. Aunque seguía siendo la misma Helia segura y decidida en los debates y actividades, había algo en sus ojos, algo que antes no estaba ahí.
¿Era enojo?
¿Decepción?
No podía saberlo con certeza, pero lo que sí sabía era que todo esto nos estaba afectando a ambos más de lo que estábamos dispuestos a aceptar.
En clase, nuestras interacciones eran inexistentes. Si alguna vez nuestras miradas se cruzaban, ella las desviaba rápidamente, como si mi presencia le resultara irrelevante. Y, sin embargo, no podía dejar de buscarla.
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La alianza de los corazones oscuros.
Teen FictionHelia y Román lo tienen todo: inteligencia, carisma y una rivalidad explosiva. En el campo académico, son enemigos declarados, pero entre debates y desafíos, las chispas que vuelan podrían encender algo más que su odio mutuo. Porque a veces, el ve...