Capítulo 3: Más allá del límite

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No podía creerlo

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No podía creerlo. En mi mente, la imagen de Román levantándose la playera y mostrando mi apellido seguía repitiéndose como un disco rayado. 

Cada vez que cerraba los ojos, ahí estaba: su sonrisa arrogante, los vítores del público, su mirada directa hacia mí como si supiera exactamente lo que hacía.

Era una escena que nunca había pedido, y mucho menos una que quería recordar.

—¡Helia! —La voz aguda de Mila, una de mis mejores amigas, me sacó de mis pensamientos mientras caminábamos por los pasillos de la escuela. Ella y Anya iban a mi lado, pero la atención estaba completamente sobre mí—. ¡Deja de ignorarnos!

—¿Qué pasa? —dije, más cortante de lo que pretendía.

Mila levantó las manos en señal de rendición, pero su sonrisa no desapareció. Anya, sin embargo, parecía más seria, aunque sus ojos también brillaban con curiosidad.

—¿Qué pasa entre tú y Román? —soltó Anya directamente, sin rodeos.

Mi ceño se frunció al instante.

—¿Qué quieres decir?

Mila rodó los ojos.

—Por favor, Helia, no nos trates como si fuéramos tontas. Todo el mundo lo vio en el partido. ¿Desde cuándo Román Valois le dedica goles a alguien? Y no a cualquier persona, ¡a ti! —Dio énfasis a la última palabra, como si fuera la clave del universo.

—¡Eso no significa nada! —repliqué rápidamente, pero incluso a mí me sonó débil.

—Ah, claro —dijo Anya con un tono sarcástico—. Porque un chico tan competitivo como Román haría algo así solo porque sí.

—Fue un intento de molestarme, ¿de acuerdo? —dije, deteniéndome en seco en medio del pasillo. Ambas hicieron lo mismo, y pude sentir las miradas curiosas de algunos estudiantes al pasar. Fantástico, justo lo que necesitaba.

—¿Molestarte? —preguntó Mila, cruzándose de brazos—. Helia, lo que hizo no es algo que se haga para molestar. Es algo que se hace cuando... bueno, cuando quieres llamar la atención de alguien.

Sentí un calor incómodo subir por mi cuello.

—No es eso —respondí, tratando de mantener mi voz firme. No podía darles esa satisfacción. No podía permitir que Román tuviera ese tipo de poder sobre mí, ni siquiera indirectamente.

—Entonces, ¿por qué estás tan tensa? —insistió Anya, levantando una ceja.

Abrí la boca para responder, pero no encontré las palabras. En lugar de eso, me limité a girarme y caminar hacia mi casillero, dejando a mis amigas atrás.

Sabía que lo seguirían discutiendo, probablemente inventando teorías absurdas sobre nosotros dos, pero no tenía la energía para detenerlas.

Cuando llegué a mi casillero, abrí la puerta con más fuerza de la necesaria. Las palabras de Mila y Anya seguían retumbando en mi cabeza, mezclándose con la frustración que sentía desde el partido.

La alianza de los corazones oscuros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora