Capítulo 4: El juego de la indiferencia

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Todo comenzó como un simple experimento

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Todo comenzó como un simple experimento. Después de aquel enfrentamiento en el pasillo, decidí dar un paso atrás. Ignorarla, evitarla, fingir que no existía. 

No porque no me importara de hecho, ese era el problema. Helia me importaba más de lo que quería admitir, y eso era algo que no podía permitirme.

Entonces, puse en marcha mi plan. Dejé de buscarla, dejé de provocarla y me limité a observarla desde la distancia. En los debates, en las clases, en las competencias. 

Desde ahí, podía verla destacar, podía admirar su inteligencia, su determinación, esa mirada fría que me desafiaba incluso cuando no dirigía sus palabras hacia mí.

Y, como si mi ausencia hubiera encendido algo en ella, Helia empezó a buscarme.

Primero fue en clase. Un comentario aquí, una mirada inquisitiva allá. Después, se volvió más directa. En los pasillos, trataba de hablarme, cuestionaba por qué me estaba comportando de esa manera. 

Pero yo no cedía. Mantenía mi postura indiferente, le daba respuestas vagas y seguía adelante como si nada.

—¿Es que ahora te crees demasiado bueno para hablar conmigo? —me soltó un día, bloqueando mi camino después de una clase de literatura.

La miré, fingiendo desinterés, aunque por dentro me costaba mantenerme firme.

—No sé de qué hablas, Helia. Solo estoy ocupado en otras cosas.

Vi cómo su mandíbula se tensaba, cómo apretaba los libros contra su pecho. Era una reacción que en cualquier otro momento me habría hecho sonreír con satisfacción, pero ahora solo sentía un extraño vacío.

—Ocupado siendo un cobarde, querrás decir —murmuró antes de girarse y marcharse, dejándome en el pasillo con esa palabra resonando en mi cabeza.

Mi estrategia de ignorarla se volvió un hábito. Si Helia entraba a un aula, yo elegía un lugar lejos de ella. Si nuestras miradas se cruzaban en el pasillo, me aseguraba de apartarla antes de que pudiera decir algo. 

En los debates, me limitaba a dirigirle una sonrisa profesional, como si fuera cualquier otro oponente y no la persona que lograba poner mi mundo de cabeza con una sola palabra.

Sin embargo, no podía evitar verla. No podía evitar notar cómo su frustración crecía con cada intento fallido de llamar mi atención. Y, lo peor de todo, no podía evitar cómo mi corazón se aceleraba cada vez que estaba cerca.

La única vez que permitía que nuestras dinámicas volvieran a ser las de antes era durante las competencias. En esos momentos, era como si todo lo demás desapareciera. Solo éramos ella y yo, enfrentándonos, desafiándonos, probando quién era mejor.

En el último debate, su equipo había elegido un tema complicado, uno que sabía que pondría a prueba a cualquiera que intentara rebatirlo. Pero, como siempre, yo estaba preparado.

La alianza de los corazones oscuros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora