Capítulo 6: Las grietas del muro

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Las palabras de Román aún resonaban en mi cabeza mientras caminaba de regreso a casa esa tarde

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Las palabras de Román aún resonaban en mi cabeza mientras caminaba de regreso a casa esa tarde. La imagen de sus ojos bajos, su expresión derrotada... No quería que me afectara, pero lo hacía. Lo odiaba. Lo odiaba tanto como odiaba que, pese a todo, no podía dejar de pensar en él.

Entré en mi habitación y cerré la puerta de golpe, como si el ruido pudiera apagar el caos que sentía dentro. 

Me dejé caer en la cama, con la mirada fija en el techo, intentando calmar los pensamientos que se arremolinaban como una tormenta. 

¿Por qué era así? 

¿Por qué no podía simplemente ser como todos los demás chicos?

Desde que Román y yo empezamos este juego de competencia constante, había una parte de mí que disfrutaba de los enfrentamientos. 

Él sacaba lo mejor y lo peor de mí, y aunque me costara admitirlo, lo admiraba. Pero ahora... ahora todo era diferente.

En los días siguientes, el rumor de que Román y yo estábamos involucrados volvió a cobrar fuerza, como un fuego que nunca se apagaba del todo. 

Nadie decía nada directamente, pero las miradas, los susurros y las sonrisas cómplices hablaban por sí solos.

Mis amigas seguían insistiendo con preguntas.

—Vamos, Helia, ¿qué pasó realmente entre ustedes? —preguntó Lara, mientras revisábamos apuntes en la biblioteca.

—Nada, como siempre —respondí, tratando de sonar indiferente.

—Entonces, ¿por qué parecía tan... diferente contigo? —insistió Emma—. No puedes negar que hay algo ahí.

—No hay nada —dije, cerrando el libro de golpe—. Y no quiero seguir hablando de esto.

Me levanté, tomando mis cosas y salí de la biblioteca antes de que pudieran decir algo más. Estaba harta. Harta de las preguntas, de los rumores, y sobre todo, de Román.

Lo vi al día siguiente en el pasillo, hablando con algunos chicos de su equipo de fútbol. Su sonrisa arrogante seguía ahí, pero había algo diferente en él. 

Sus hombros estaban tensos, su risa parecía forzada. Por un segundo, nuestras miradas se cruzaron, y sentí un nudo en el estómago.

No podía seguir así. Necesitaba respuestas, necesitaba cerrar este capítulo de una vez por todas. Así que, antes de que pudiera pensarlo dos veces, me acerqué a él.

—Román. Necesito hablar contigo —dije, mi voz firme.

Él levantó una ceja, claramente sorprendido, pero asintió.

—Claro, Helia. Siempre es un placer —respondió, con ese tono burlón que tanto odiaba y, al mismo tiempo, tanto extrañaba.

Lo llevé al patio trasero, lejos de las miradas curiosas.

La alianza de los corazones oscuros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora