Capítulo 6: Reconstruyendo las ruinas

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Los días después de aquella conversación fueron los más oscuros para Devone. Se sentía atrapada en un torbellino de emociones: tristeza, enojo, vacío. Pat había sido más que una persona en su vida; había sido la razón por la que, por un tiempo, creyó que el amor era posible para ella.

Se obligó a seguir adelante, pero cada rincón de Valmira le recordaba a él. La cafetería donde lo había visto por última vez, los parques donde solían caminar, incluso su escritorio, donde aún quedaban notas que él le había escrito. Todo le pesaba como un constante recordatorio de lo que había perdido y de lo que nunca fue suyo.

En las primeras semanas, Devone se sumió en su dolor. Lloraba a escondidas, repasando cada palabra, cada gesto, buscando señales de advertencia que no había visto. Se culpaba por haber sido tan abierta, por haber confiado tanto en alguien que nunca estuvo dispuesto a quedarse.

Pero un día, mientras caminaba sin rumbo por las calles de la ciudad, algo cambió. Se detuvo frente a una librería que solían visitar juntos. En el escaparate había una frase escrita en un cartel, simple pero poderosa: "A veces, lo que se rompe no se repara; se transforma."

Devone se quedó mirando esas palabras, y algo dentro de ella empezó a cambiar. Tal vez no podía "reparar" lo que sentía por Pat, ni borrar el dolor que le había causado, pero podía transformarlo. Tal vez era momento de dejar de culparse y empezar a recuperar las piezas de sí misma que había olvidado.

Esa noche, llegó a casa y sacó un cuaderno nuevo. Comenzó a escribir todo lo que sentía, sin filtros ni miedo. Las primeras páginas estaban llenas de rabia y tristeza, pero a medida que avanzaba, algo diferente empezó a surgir: gratitud.

Gratitud por haber conocido a Pat, por haber descubierto que era capaz de amar, por haber aprendido que no todo amor necesita un final feliz para ser significativo. Escribir se convirtió en su terapia, y poco a poco, las palabras empezaron a liberarla.

Con el tiempo, Devone comenzó a hacer cosas que había dejado de lado mientras estaba con Pat. Volvió a tomar clases de pintura, algo que siempre había amado, pero que había abandonado. Retomó proyectos que la apasionaban, reconectó con amigos que no había visto en meses, y empezó a reconstruir su vida, esta vez centrándose en sí misma.

Una tarde, mientras pintaba en un parque, una mujer mayor que pasaba se detuvo a observar su trabajo.

—Tienes mucho talento —le dijo con una sonrisa amable.

—Gracias —respondió Devone, sorprendida por el cumplido.

La mujer señaló su pintura, un paisaje lleno de colores vibrantes.

—Sabes, dicen que las mejores obras nacen del dolor. Pero lo que veo aquí no es dolor, es esperanza.

Devone se quedó en silencio por un momento, mirando su propia obra. Tal vez la mujer tenía razón. Tal vez, en algún lugar de su interior, había empezado a encontrar esperanza de nuevo.

Cuando el sol comenzó a ponerse, Devone sintió algo que no había sentido en semanas: ligereza. Por primera vez, dejó de preguntarse si Pat pensaba en ella, si la extrañaba o si alguna vez había sido real lo que tuvieron. Porque, al final, eso ya no importaba.

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