CAPÍTULO 2

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Llegó primero Harvey, que vivía cerca del puesto de mando. Sean Harvey, de unos treinta años, tenía ya bastante tiempo trabajando en esto, creo que más que yo. Llevaba su barba recién cortada; los cabellos filosos todavía se veían. Tenía los ojos verdes, pero no se veían tan vívidos, y su cabellera marrón ya mostraba entradas. 
—¿Entonces, qué tenemos? 
—De primeras, es una clínica. La Clínica Greum, allá en Glasgow. 
—Viaje largo. Ya vi por qué nos llamaste ahora —dijo mientras se detenía. Después frunció el entrecejo y añadió—: ¿Algo más? 
—Poquito más, pero esperemos al resto. 
Y así fue. Harvey y yo investigamos un poco el lugar en internet. Tenía ya algo de fama por este tipo de asuntos. Después, Harvey llamó a Van Valen, un neerlandés que tenía un montón de tiempo en esto. Cuando colgó, me dijo: 
—Está chistoso este trabajo. 
—¿Qué te dijo Van Valen? 
—Tiene fama en el círculo. Ya ha habido varios reportes por cosas. De hecho, Van Valen ya trató con uno él mismo. 
—Pues qué interesante. Ahora nos toca a nosotros. 
Antes de continuar, le daré una descripción mía al lector. Puede ser que en un futuro yo no sea quien narre esta historia: 
"Hoop es una mujer de mirada muy seria. Si su mirada fueran cuchillos, estaría siendo buscada por asesinatos en masa. Tiene los labios rosados y carnosos, piel blanca, pero no caucásica. Sus ojos marrones oscuros hacen una armonía con su pelo negro recogido. Ella es guapa, solo que no lo acepta. Por lo menos yo la encuentro guapa.” Así me describió Harvey hace unos meses. Lo escuché mientras hablaba con alguien por teléfono en uno de nuestros trabajos. 
Retomando la historia, cuando terminé de hablar con Harvey sobre nuestro nuevo trabajo, alguien o algo tocó la puerta. Le grité que pasara. La puerta se abrió, y apareció entonces Rasmussen. 
Mia Rasmussen era una chica joven, bastante joven. Era la más nueva. Ella era, digamos, "entusiasta" de este asunto y se emocionaba mucho con cualquier trabajo. Llegó a la oficina con una sonrisa de oreja a oreja. Tenía tez blanca, ojos marrones y cabello pelirrojo. Sinceramente, no sé si era natural, pero definitivamente parecía real. Además, era más alta que yo, pero por poco. 
—¡Qué tenemos, equipo! —preguntó la muchacha. 
—Una clínica de enfermos mentales. 
—Qué lindo. ¿Cuándo nos vamos? 
—Hoy mismo. Salimos apenas llegue el que falta. 
Entonces, le di la misma charla a Rasmussen que a Harvey. Harvey me ayudó esta vez. Después de revisar las herramientas otra vez (la verdad, no había nada más que hacer), sonó la puerta, y una voz desde afuera gritó: 
—¿Puedo entrar? 
—Pase —gritó Harvey. 
Se abrió la puerta, y pasó un joven que luego la cerró. 
—Un gusto volver a verte, Darren. 
—El gusto es mío, Harvey. 
Darren Murdoch era un joven, creo que de la misma edad que Rasmussen. Esa noche llevaba una gabardina beige, lentes y pantalón tipo jean. Vivía más lejos, por eso tardó más. Era investigador semiprofesional; de hecho, estudiaba criminología en una universidad cuyo nombre no recuerdo. Tenía barba de dos días, típico en esa edad. Sus ojos parecían negros, pero solo eran muy oscuros. Llevaba cejas gruesas y pelo modesto. 
—Siéntense todos —dije, y todos se sentaron en un semicírculo viéndome a mí. Luego continué—: Clínica Greum. Es una clínica para enfermos mentales o demencia o trastornos. Ya saben, eso. Está en las faldas de Glasgow, y sí, iremos hasta allá en la van. Harvey va a manejar. Ya llevamos todos los instrumentos y herramientas, y si quieren llamar a alguien, este es el momento. 
Hubo una breve pausa. Miré a todos abriendo los ojos y seguí: 
—Bien. Se supone que llegamos mañana, como en la mañana. Desayunamos y almorzamos en Glasgow, no se preocupen de nada de eso. ¿Algo más? 
Nadie dijo nada. 
—Entonces vámonos. 

Clínica GreumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora