Capítulo 3

1.4K 181 83
                                    

8:45 a.m. Llego a casa de Mitch, tambaleándome de sueño. Creo que nunca me había despertado tan temprano en mi vida.

Toco la puerta. El señor Grassi me recibe con cara de preocupación. Aún no se le pasa...

—¿Cómo está Mitch?

—No tan bien —dice apenado—. Pasa —obedezco.

Al pasar la reja de la casa de Mitch hay un pequeño patio, y un camino en el medio invita a la sala. Me siento en una de las sillas del patio.

Mitch sale de la casa y me mira. El señor Grassi nos deja solos.

—Hola —saludo sonriendo.

—Hola, Scott —sonríe levemente y se sienta a mi lado.

—¿Cómo te sientes?

—Nervioso. Me da miedo saber qué tengo.

—Tranquilo, estarás bien.

—Oye, Scott.

—Dime.

—Gracias por venir —toma mi mano y esboza una sonrisa.

Separo mi mano de la suya. Ha invadido mi zona de confort... Me mira y sigue sonriendo. Yo lo veo bien, no sé por qué tanta preocupación.

***

Llegamos al hospital. Mitch me sonríe y me vuelve a agradecer antes de entrar al consultorio. Me quedo afuera con el señor Grassi.

***

Han pasado dos horas. Mitch aún no sale...

—No me gustan los hospitales... —susurro nervioso, moviendo mi pie.

—A nadie —me mira—. Gracias por estar aquí. Para Mitch significa mucho.

— ¿Qué le están haciendo ahora?

—Exámenes de sangre y unas pruebas cerebrales.

—¿Por tanto tiempo?

—Ya deben estar ac... —Mitch sale de la habitación y nos mira.

—Señor Grassi —llama el doctor desde adentro.

Se pone de pie y camina. Me recuerda al día en que los conocí.

—Señor Grassi —me levanto. Me mira—. ¿Puedo entrar con usted?

—¿Seguro?

—Sí... —Mitch me mira confundido.

—Claro, ven —sonríe levemente—. Mitch, espéranos aquí.

—Sí —se sienta.

Cerramos la puerta a nuestras espaldas. El doctor me mira.

—Tu nombre es...

—Scott, soy compañero de Mitch.

—Mucho gusto —sonríe—. Bueno, comencemos —nos sentamos—. Hemos terminado de hacerle todos los exámenes necesarios a Mitch.

—¿Y qué es? —pregunto.

El doctor baja la mirada. El señor Grassi le dedica una mirada horrorizada, y niega con la cabeza...

—No. No me diga que...

—¿Qué ocurre? —susurro preocupado.

—Señor Grassi —suspira—. Lo siento mucho, pero su hijo...

—¡No! —grita. Se pone de pie— Él no. Debe ser algún error... —aprieta mi mano.

—¿Qué ocurre? —sigo preguntando.

Prometo no olvidarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora