Las puertas del templo se abrieron con un quejido prolongado, las bisagras y la madera rugiendo en un aviso sombrío. Una figura joven apareció en el umbral, sosteniendo las puertas con ambas manos. Su cabello largo, empapado por la tormenta, goteaba en silencio mientras un relámpago distante iluminaba su silueta contra la penumbra del interior, igual que su rostro, cuyos ojos rasgados se fijaban con ira en la gran sala ornamentada con estatuas de ídolos.
El interior del templo se extendía en sombras profundas, apenas interrumpidas por la tenue luz de faroles de papel rojo. Las columnas de madera, decoradas con relieves de dragones enroscados, se alzaban en fila hacia el techo, donde grandes vigas estaban adornadas con serpientes celestiales talladas en jade. En el centro de la sala, una lanza antigua descansaba sobre un pedestal de piedra. Alrededor de ella, un dragón serpentino sin alas, tallado en jade negro, se enroscaba con una elegancia contenida, su cabeza descansando justo debajo de la punta de la lanza.
Sus ojos, esferas de obsidiana pulida, parecían vigilar la sala con la sabiduría de mil años. A lo largo de las paredes, lanzas ceremoniales y espadas envainadas descansaban en soportes, y las estatuas de guerreros con rostros pétreos mantenían la guardia desde las esquinas, proyectando sus sombras como centinelas silenciosos. El aire olía a polvo antiguo y madera mojada, y cada paso que daba el joven resonaba como si las mismas piedras se resistieran a su presencia.
Un destello de recuerdos lo atravesó, vívidos como el rayo que iluminaba el exterior. Vio el rostro de su padre, un hombre fuerte y decidido, caído en el suelo, rodeado de sombras traidoras. El grito ahogado de su madre aún resonaba en sus oídos, aunque ya no la veía. El joven apretó los dientes, su mano temblorosa cerrándose sobre la empuñadura de la espada que llevaba atada a su espalda. Recuperaré su honor, pensó, pero en su interior, algo más profundo le susurraba: ¿A qué costo?
Ante la estatua del dragón, un hombre de avanzada edad, con cabellos blancos y un bigote del mismo color, se encontraba meditando de rodillas, con las manos reposando sobre sus muslos y los ojos cerrados. Su rostro apacible reflejaba una calma inquebrantable, como si estuviera en sintonía con el espíritu del templo. A pesar de la tormenta y la intrusión, no abrió los ojos ni desvió su atención de la estatua que tenía frente a él.
—No tienes cabida aquí —dijo el anciano, sin mover un solo músculo de su cuerpo ni abrir los ojos.
El joven exhaló con fuerza, sus puños apretados. Un estremecimiento recorrió su cuerpo, no solo por la furia, sino también por una sensación de impotencia que le invadió al oír esas palabras. La ira volvió a arder en su pecho con más fuerza.
—Vine a recuperar el honor de mi familia —respondió el joven, con la voz quebrada por la furia, pero llena de determinación. Su postura era firme, los pies clavados en el suelo, los músculos tensos, como si se preparara para un combate mortal. Se recordó a sí mismo las enseñanzas de su padre, el entrenamiento con la espada, las horas interminables de práctica. Que así sea, pensó mientras sus ojos se entrecerraban, el reflejo de su espada brillando débilmente a su lado.
Nuevamente, el silencio se hizo presente durante unos segundos, solo quebrado por la tormenta que azotaba el templo. El anciano se levantó lentamente, sin volverse, y abrió los ojos, posando su mirada cansada ante la lanza que custodiaba la estatua del dragón.
—Tu padre era débil —dijo el anciano, sus palabras como una daga lanzada con precisión.
El joven, incapaz de controlar la rabia, se lanzó hacia él con una velocidad sorprendente, desplegando el estilo Kai con movimientos fluidos y certeros, como un río que nunca pierde su forma. Cada paso era ligero, cada giro calculado con precisión. Su espada cortó el aire en una línea recta, buscando encontrar el resquicio de la defensa del anciano.

ESTÁS LEYENDO
Las Leyendas De Gaia
Fantasy"Toda tierra guarda sus leyendas, y Gaia no es la excepción. Este recopilatorio reúne relatos de seres y almas que habitan estas tierras inhóspitas, donde la magia aún respira en cada rincón. A través de los ojos de un viajero errante, las voces de...