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Señor Shin le volvió a preguntar quién era, pero
Muñequito no podía dejar de mirar el cuerpo ensangrentado del perrito frente a él.

Lo arruinó. Lo arruinó por ser un mal muñeco, por ser desordenado, por no ser perfecto, así que ahora debía pagar las consecuencias.

Apretó sus dientes al sentir el dolor estallando detrás, ahogando su voz por completo. Bueno. Él sería bueno. No un buen chico, pero sí un buen muñeco. Los muñecos buenos no eran castigados y él ya no quería más dolor.

— Estoy enfurecido contigo. — le gruñó Señor Shin mientras se movía contra él, enviando más sufrimiento por toda su espina dorsal. — tener que irnos de ese lugar por éste otro...

Muñequito fingió no comprenderlo, incapaz de observar hacia otro lado que no fuera Maeumi muerto y cubierto de sangre.

Perrito. Rojo. Sangre.

Los recuerdos se mezclaban en su mente y no pudo evitarlo: vomitó la papilla que comió obligadamente cuando llegó.

Señor Shin gritó de la ira, aunque no dejó de moverse, sólo restregó su mejilla contra ese maloliente vómito, ensuciándolo y haciéndolo llorar en silencio.

«Lo siento», quería decir, sin embargo, no lo hizo, «perdóname, por favor. Seré bueno, pero ya no lo soporto».

Cuando Maeumi dejó de respirar, ese monstruo agarró su cuerpo pequeño, caliente todavía, y se lo puso en brazos. Muñequito no dejaba de mirarlo con ojos abiertos en shock, sin entender lo que acababa de ocurrir, sin comprender porque ese animalito no se movía y tenía sus ojos cerrados.

Muévete. Por favor, muévete.

Pero no hacía nada, sólo estaba quieto.

Señor Shin lo agarró del brazo, sacándolo de allí apresuradamente. Fuera, estaba ese otro hombre que conocía — el de un ojo extraño, ¿cómo se llamaba?— y lo arrastraron hacia el auto, hablando con velocidad. Shin le ordenó a ese tipo que limpiara el cuarto, que eliminara las pruebas, para luego subirlo al auto, yendo hacia otro lugar, a otro motel de mala muerte para que no les encontraran.

Ahora estaba pagando las consecuencias de sus actos. De sus errores.

Muñequito quería que todo eso acabara, aunque una parte suya sabía que no se detendría. Muñequito quería regresar con ese hombre y esa mujer que lo llenaban de abrazos inocentes y besos dulces. Quería estar con esos muchachos con quienes se sentaba y le hablaban cariñosamente, haciéndolo reír por las bromas que hacían. Quería estar con ese chico más alto que él, con unos hoyuelos en su rostro, que le decía cosas bonitas al oído y le hacía feliz. Todos ellos le hacían tan feliz.

«Seré bueno si me dejas volver con ellos», sollozó en su mente, «te lo ruego, déjame volver con ellos».

Señor Shin era tan malo con él.

Escuchó su gemido y cómo se retiraba provocando que el dolor estallara una vez más. Se derrumbó sobre ese viejo, sucio colchón, oyendo ese murmullo de que saldría a fumar y que no se atreviera a ser malo otra vez. Lo vio salir del cuarto con su celular en sus bolsillos y poniendo llave, dejándolo completamente solo.

Se arrastró por la cama, agarrando la papilla que Shin compró, sus manos temblando cuando la echó a la palma de su mano y la extendió hacia el hocico de Maeumi. Recordaba vagamente que el cachorrito no comía si no era de su mano.

— Come. — susurró apenas, temiendo que Shin llegara. — Mae, come...

El animalito no se movió y Muñequito jadeó, con las lágrimas cayendo por su rostro.

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⏰ Última actualización: Jan 19 ⏰

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