3. Magnus Bane

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-Primera lección, debes visualizar una ventana. - dijo el brujo sosteniendo las manos de Bianca.
La noche anterior se lo había confesado todo a su Parabatai, Mía.
-Sigues siendo tu, Bi. Esto no cambia nada, te quiero. -
La había abrazado con una intensidad abrumadora, se le escaparon dos lágrimas traicioneras y se las secó de inmediato.
-Cuando tengas esa ventana abierta visualizada, sólo cierrala. - continuó Magnus.
Ella presionó los párpados con fuerza y un golpe resonó a su lado.
Era un pájaro, había caído fulminado desde una ventana.
Magnus la miró con semblante serio.

-Ese pájaro tiene familia e hijos. -

-¡No he sido yo! Era su hora y su alma ha pasado dentro de mi! - gritó Bianca horrorizada. -Lo he notado... Ugh. -

-Centrate. - le ordenó él. -Vuelve a probarlo, imagínate a ti misma cerrando las ventanas de tu habitación. -
Bianca notó un cosquilleo dentro de ella, visualizó exactamente lo que le había pedido y lo hizo. Cerró las ventanas.
-Creo que ya está. - susurró ella.
-Buen trabajo. - dijo Magnus Bane mirándola fijamente, como si pensara en algo.
-No me trago lo de que no quieres nada a cambio por esto. - dijo la chica de ojos verdes grisáceos. -¿Hay algo no es así? -
Magnus esbozó una sonrisa.
-Abre el túnel. - dijo ignorándola.

Bianca obedeció y el hormigueo que sentía en el pecho volvió a aparecer, como señal de que había abierto el túnel.
-Coloca las manos sobre el pájaro. - sus manos pálidas se deslizaron hacia el plumaje inerte y frío.
Una luz blanca sacudió la visión de ella y por un momento vio al pájaro volando libremente por el cielo.
Dos segundos después el pájaro abrió los ojos y empezó a mover las alas para echar a volar.
Las manos de ella viajaron hasta su boca abierta en O.
-Dios.... - murmuró ella atónita.
-Has podido realizar esto con ayuda de mi magia, tardaras en acostumbrarte a tu poder, no abuses de él. - suspiro satisfecho.
- El precio es Alec Lightwood. - lo dijo en un susurro. -Una vez muera lo devolverás a la vida, ah y lo quiero por escrito. - sonrió al oír eso.

-

-¿Azul o púrpura? - preguntó Mía levantando dos vestidos en ropa interior negra.
-Púrpura. - respondió Bianca rebuscando en el armario de su Parabatai. -¿A quien te vas a tirar, rubita? -
-A Sebastian Verlac. - respondió sonriendo. -Ese Nephilim tío buenorro va a quedarse en el instituto con su familia un tiempo, hasta que se calme lo de Jonathan. Ya sabes la historia... Que usó su cuerpo y eso. -
Bianca sabia de aquello, así que asintió.
-Y le he dicho que viniera a Toxyc que esa discoteca es genial. - continuó mientras se abrochaba el vestido.
-¿Puedo tomarte prestado esto? - preguntó Bianca alzando las prendas.
-Claro, eso te sentaría genial. -dijo Mía ilusionada.

Constaba de un top blanco de tiras que llegaba mas arriba del ombligo y contrarrestaba contra su piel morena.
La parte de abajo constaba de unos pantalones ceñidos de tiro alto negros.
Se enfundó en unos zapatos de tacón azul marino y se miró al espejo. Había perdido peso, escepto en su trasero, él siempre se mantenía igual de grande. Odiaba que sus caderas se ensanchasen siendo tan delgada como era.
-Dejame peinarte. - gimoteo Mía poniéndola frente al espejo. Enchufó la plancha y empezó a lisar su larga melena ondulada y a trazar sencillos tirabuzones en las puntas.
-Mía ni se te ocurra salir con... Eso - gruñó Lauren asomándose. -Ponte esto. - le tendió un jersei de lana de su abuelo.
-Quitame las manos de encima, monstruo. - le gritó fastidiada.
Lauren miró a Bianca pidiéndole ayuda. Ésta en respuesta estalló en carcajadas.

-¡Te estaré vigilando!- gritó su hermano cuando salieron de casa.
Mía le enseñó el dedo corazón antes de subir al coche. -Toma. - le tendió la barra de labios roja.

-Estas preciosa. - dijo Mía mirando a Bianca mientras salían del coche tras aparcar delante de Toxyc.
-Hola, Ben. Dejanos pasar. - le dijo Mía al segurata, éste miró hacia ambos lados y les cedió paso.
Las letras en verde fosforito de Toxyc brillaban con malicia, como si anunciaran problemas.
O los prometieran.
Bianca siguió a Mía de la mano entre la gente, su Parabatai tenía la piel suave y blanca. Contrastaba con la suya más bronzeada.

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