XXIII- Apis.

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El pequeño cuarto de hotel en Nueva Jersey, a oscuras, el ruido de la televisión parecía lejano, mientras el resplandor de una pantalla pegaba contra su rostro.

Y quizá en el universo entero, no podía existir, una sensación igual... Una sensación de felicidad, mezclada de orgullo, mezclada con impotencia, con miedo, también sentía timidez, ternura, era un sin fin de sensaciones, cada sensacion más abrumadora que la anterior, y todo eso, lo estaba consiguiendo sólo con ver un montón de fotografías por Google, fotos que rememoraban la imagen de un fantasma.

El rostro pálido, la nariz recta, pómulos redondeados con un ligero sonrojo, un par de ojos esmeralda con un brillo único, inteligente, y un ahora largo cabello negro, que parecía enmarcar perfectamente las facciones de la mujer en ese montón de fotos, eran facciones únicas de la persona que amaba, facciones vistas por última vez cuarenta o cincuenta años atrás, en una época distinta, con vestimentas distintas, y con vidas distintas, con una misión distinta y una dependencia exactamente igual a la dependencia que sentía en ese momento.

Por un segundo no sabía que hacer, si agarrar un avión, sí tocar a la puerta, sí presentarse, sí sólo mirarle, él no sabía que hacer, tenía mucho miedo, miedo de que tuviera pareja, que en su vida no significara nada, que ella no lo recordase, y que después de tanto esfuerzo, él quedase totalmente solo.

Sólo había un detalle que lo perturbó, y que lo hizo hundirse en la más pura tristeza. Su trabajo.

Ahora L, era forense y trabajaba del otro lado de la ley, e inclusive, parecía muy feliz, y eso era algo que el no le iba a quitar...quizá sólo tendría que conformarse a intentar hablar con ella mediante un ordenador, quizá al final no tendría las agallas de presentarse personalmente y arrastrar a su eterna amada a una vida de vivir huyendo de la ley.

Ahora ahí, con los dedos sobre el teclado, hiperventilando, miraba la cuenta en facebook de la forense...con algo de temor, envió la solicitud, aún arriesgandose a ser rechazado.

Cerró la tapa y se dejó caer en la cama, ya había logrado dar con el nombre de su amada L, Lavinia, un nombre perfecto.

Al día siguiente se levantó, y lo primero que hizo fue revisar su cuenta, casi dando un brinco al recibir la notificación de haber sido aceptado.

En ese momento comenzó cómo todo un stalker a revisar toda la información de Lavinia, sus fotos, su información, y un detalle que le llamó mucho la atención.

— ¡Mierda!

Volteó a ver el librito de nombres y aparecieron varios, ahora tendría que desviar su atención sobre la obra de Lavinia, a buscar información sobre los nombres que ahora figuraban.

— Hijos de... ¡Me lleva, yo no quiero ir a Rusia!

Casi gritó horas después de haber investigado sobre esos sujetos, miembros de una de las más viejas organizaciones criminales..se llevó las manos a su cabeza, eso sería un trabajo cada vez más difícil.

 Volteó a ver de nuevo al ordenador, cambiando de pestaña, forzando su mente a recordar su objetivo, el verdadero objetivo.

De nuevo volvió a pensar en sus temores...se pasó por Amazon, y compró una copia del libro publicado por su amada, saldría después que le llegara el tomo, quería tener algo que leer en el camino, ¿y qué mejor que algo hecho por Lavinia?

Por suerte, al día siguiente le llegó su paquete, y comenzó de inmediato a leer aquella obra.

Luego de un rato, tomó unas cuantas maletas, ahora tendría que encaminarse al maldito Moscú, alejándose de Francia una vez más.

Sweet RevengeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora