capítulo 4

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Gustavo y yo estábamos en la escuela, estábamos solos, nadie nos veía, solo nosotros, mirándonos, teniendo los ojos clavados sobre el otro. Amaba verlo a los ojos, aunque no pudiera sostenerle la mirada, amaba esos ojos tan profundos como la noche, eran un negro lleno de emociones, y también que causaban emociones tan grandes como las que en ese momento yo sentía. Me abrazó, rodeo mi cintura con sus brazos y levantándome me llevó a su escritorio, ahí me besó y fue un beso tan apasionado que lo sentí hasta el alma. Comenzó a acariciar mi espalda y mi cuello, comencé a desabotonar su camisa, solo dejándole la corbata, me miró fijamente y volvió a besarme, desajusté su cinturón y él no rechazó nada. Ahí,  en ese preciso momento, en ese preciso instante, desperté, sí maldita sea ¡DESPERTÉ! del mejor sueño que pudo haber existido en la vida, pero bueno, solo podía pensar una y otra vez en aquel sueño extraño con Gustavo.

Aunque no lo crean, Gustavo a mí no me provocaba malos pensamientos, y ustedes saben a lo que me refiero, pero sí lo quería y sí me gustaba, eso era más que seguro y más de uno lo notó; decían que mis ojos brillaban cada vez que hablaba de él. Nunca me había pasado eso, era totalmente extraño.

Las cosas cambiaban un poco con Ángel porque ahora, le había mentido, solo una vez, lo juro, pero él creía que le mentía a diario y eso, eso era un problema. Ya no creía en mí, que lástima que las cosas fueran así.
Cada vez las cosas eran más complicadas, cada vez quería más a Gustavo y ya estaba llegando al mismo punto de cariño que le tenía a Ángel, nunca pensé que todo fuera a avanzar tan rápido; fue lúcido y efímero, tanto que cuando menos lo imaginé, estaba dudando en seguir con Ángel, pero no, yo no podía dejarlo, tenía que estar con él hasta cuando se pudiera, hasta cuando su cuerpo diera. Entendí que debía pasar mas tiempo con Ángel y menos con Gustavo porque al final me iba a hacer daño y yo no estaba buscando hacerme daño.

Comencé a ser un poco más atenta con Ángel y lo acompañaba al doctor cada vez que podía, almorzarbamos casi que a diario y él, como todo un hombre inteligente, trataba de ayudarme con mis deberes. Imagínense a un muchacho de 17 lavando la loza se su novia mientras ella hace sus tareas porque no le gusta que la ayuden a hacer tareas

-déjame pensar, Ángel- le decía
-pero no es eso, es solo que quiero ayudarte- respondía
-cuando necesite ayuda te la pediré, pero no me gusta tenerla, necesito pensar sola, necesito hacer todo yo, así va a quedar todo como yo quiera y no todo como los demás desean- refuté

No le agradaba para nada lo que decía, Ángel nunca pudo estar feliz con ello de que me negara a su ayuda, pero no entendía esa filosofía mía. No quería convertirme en una mujer pitillo; o sea plástica por fuera y hueca por dentro. Yo sé que él quería ayudarme y eso lo entendía, pero hacía más lavando la loza o preparando la cena, porque lo hacía mejor que yo y bueno yo necesitaba a un hombre que supiera que lo mío era pensar y no criar o hacer oficio, entonces él, en ese momento podía ser el hombre de mis sueños porque además de lindo e inteligente, cocinaba como los mismísimos dioses y eso para mí era increíble.
Una vez a la semana cocinábamos juntos y la cena quedaba más deliciosa de lo habitual. Lo quería tanto que mi mamá decía que el amor hacía que la comida quedara así.

"Buenos días, muchachos" una frase que escuchábamos a diario, pero que todavía, algunos, no aprendían a responder. "Buenos días, profe" decíamos, pero poco a poco los maestros comenzaron a tener más y más confianza con nosotros y ya no era esa frase, tan solo era un Hola y ya, sólo eso. Entonces si un profesor le tiene confianza a un estudiante ¿por qué no tomar a un maestro como un amigo? Ese era el lío, todos me decían que dejara de tratar a los maestros como lo hacía, pero no era mi culpa charlar tanto con ellos, daban más confianza que cualquier otro personaje de la escuela. La situación era que los maestros eran muy inteligentes y a mí no me interesaba hablar de chicos o de fiesta, quería hablar con gente que supiera realmente de lo que estaba hablando y eso, al parecer, para todos mis compañeros estaba mal.

Llegué de la escuela, saludé a Ángel y fuimos a almorzar en mi casa, miré mi teléfono. Hola, Patricia, decía en aquél mensaje de Gustavo. No pude resistirlo, le contesté,  aunque mi mente dijera que no, pero tenía que borrar todo rastro de una conversación con él, no quería más problemas con Ángel y la verdad es que tenía suficiente con todo lo que le causaba su enfermedad. Cuando iba con él al hospital era terrible, tenía que cuidarlo todo ese día y odiaba ver lo así, era realmente triste.

-Hola, Gustavo, discúlpame, pero hablamos más tarde, que disfrutes tú dia- le respondí su mensaje.

No quería decirle eso, quería hablarle, sin parar, pero bueno, primero novio, después... ¿maestro? ¿amigo? No sé lo que era Gustavo, pero ustedes entienden.

-¿Qué haces, amor?- gritó Ángel desde el comedor.
-Nada, buscaba unos aretes- dije desde mi habitación.
-ven rápido- dijo

Nunca me imaginé lo que iba a pasar, jamás había sentido Lo que iba a sentir, pero pasó y quedé totalmente anonadada, paralizada, todo

-dime, mi amor- respondí mientras llegaba al comedor. Me abrazó y beso y finalmente lo dijo
-te amo, patricia-
-{...}-
-dime algo, no te quedes en silencio-
-lo siento, pero no sé qué decir- dije murmurando.

No sabía cómo reaccionar, yo no sentía lo mismo; lo quería, sí, me fascinaba y el tiempo que pasaba con él era el mejor, los días eran mejores con él y ya no era tan malo lo malo.

Era tarde, en la noche, Ángel se fue a su casa y yo me acosté, miré mi teléfono, no dude ni un segundo en escribirle a Gustavo. Lo hice y a su vez pensaba en Ángel y en lo que me había dicho.
Saludé a Gustavo y luego preguntó qué había hecho todo el día, le comenté que estaba con Ángel, también le comenté lo que había opinado Ángel respecto a él.

-debería invitarme a comer- dijo Gustavo.
-claro, cuando quieras, vienes- respondí.
-pero si su novio no me pega- dijo con sarcasmo.

Reí. Gustavo debía terminar unas cosas del trabajo y me pidió que lo acompañara un rato más y lo hice, hablamos mucho, reíamos bastante y cada vez era más tarde, más de noche.

-es tarde, debes dormir- dijo
-quiero quedarme un rato más- respondí.
-¿segura?-
-segura-

Ya era muy tarde y me pesaban los ojos, caí como roca y al otro día no desperté para ir a la escuela. Lo sé, era terrible y él se sentía culpable, eso era delicioso,  sentir que se sentía culpable era espectacular, me gustaba que estuviera así o bravo, aunque nunca se enojaba conmigo de verdad.

Lo que no debería sucederDonde viven las historias. Descúbrelo ahora