CAPITULO I

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UN DÍA SEREMOS UNO

Casi nunca pensaba sobre la muerte, de hecho, nunca había pensado en ella. La muerte. Dentro de mis creencias y mis oscuros pensamientos, la muerte simplemente es dormitar, tener una paz abrazándote y una oportunidad de no volver a pensar. Entiendo el dolor de las demás personas, siempre he sido capaz de ponerme en los zapatos de otros, incluso cuando no me apetece saber de los demás, no puedo evitar que mis emociones se intensifiquen hasta ahogarme en ellas, pero el dolor de la muerte es diferente y más cuando las demás personas lo transmiten. Perder a alguien, es incluso más doloroso que un fierro caliente sobre la piel el cual te irrita, te quema y te marea. El simple hecho de pensar que jamás volverás a ver a esa persona, es desesperanzador, deprimente y hasta egoísta. Y como nunca he pensado sobre la muerte, realmente no estaba preparada para lo que se venía.

He sufrido muy pocas pérdidas según recuerdo, pero desde hace dos años he vivido estos momentos, momentos donde siento que mi alma se quebranta y mis sentidos se desbordan, donde no puedo controlar lo que siento o pienso.

Primero falleció mi tía, hace un año, justo en esta época gris y fría, ella murió en un misterioso accidente automovilístico. Misterioso en el sentido que nunca encontramos el auto que manejaba en ese momento, simplemente estaba su cuerpo a la mitad de la carretera, con la cara deformada y las extremidades rotas, desangrada en el pavimento con charcos de sangre chorreando de un camino que salía del bosque. Organizamos un funeral y mi madre cayó en depresión, dolía verla de esa manera, como un muerto viviente, comía y asentía la cabeza con ojos vacíos y profundos, yo sentía una sombra oscura alrededor de ella donde la iba consumiendo de poco a poco y te llevaba con ella a las tinieblas.

Tras la recuperación de esta muerte, mi hermana Abigail, falleció. Y eso suponiendo que haya fallecido. No la hemos encontrado desde hace seis meses, simplemente, se esfumó, como si jamás hubiera existido, dejando detrás a su mellizo. La policía nos aconsejó aceptar su muerte y rendir luto por ella posterior a que ellos cerraran el caso de su búsqueda. Lo extraño fue, que en los últimos momentos que conviví con ella, su comportamiento cambió de forma repentina, hacía rabietas y se volvió demasiado agresiva con los demás. No comía, no dormía, tuvo una depresión tan profunda la cual decía que le provocaba dolor en el cuerpo, pero al momento de llevarla al médico, sus estudios indicaron que ella se encontraba bien anímicamente. Nos recomendó hacerle estudios psiquiátricos, porque imaginaba que la causa de su dolor haya sido psicológico, pero fue donde la gota derramó el vaso. Nos golpeaba cuando intentábamos agarrarla, nos escupía, lloraba por el dolor físico y mental que estaba viviendo, y poco a poco su estado físico se fue deteriorando, fue cuando no pudo resistir y su cuerpo constantemente se enfermaba ya que su sistema inmune dejó de funcionar. No sabíamos qué hacer, ni a quién acudir. La situación empeoró cuando nos dimos cuenta que se autolesionaba, quería acabar con todo, repetía constantemente que sentía una culpabilidad en su interior. Y justo cuando estábamos convencidos en llevarla con un psiquiatra, desapareció.

No creo que haya muerto o que haya desaparecido para jamás volver, ella no era así. Pero eso ya no importa porque henos aquí, en otro funeral, con un ataúd vacío junto a la tumba de mi tía. Ahora soy la única hermana que le queda a Alex, el segundo mellizo, ahora es mi responsabilidad cuidar de él.

Volteo a mi derecha y mis padres se mantienen quietos y viendo el ataúd, estos últimos meses han sido horribles para todos nosotros. Mi madre está tan delgada y pequeña que en cualquier momento el aire puede llevársela, y mi padre, el cual considero mi consciencia y mi razón, firme a lado de su esposa, con una mirada dura para no romperse.

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