Como apenas me daban tres onzas por mi achacoso corazoncito, me lancé al paseo, al devaneo de escaparates por la calle Toro y aledaños, dispuesta a perderme en sus tiendas. Mis amantes suelen extraviarse en los senderos montañosos, les ponen las caminatas monte a través, las rutas de las setas, de los molinos o las vías abandonadas por la fresca y con madrugón. En estas rutas de mostradores, escaparates, estanterías y escuetos probadores puedo dar rienda suelta a mi voracidad femenina de coqueta irredenta, y cultivo la tan conocida terapia salvachicas del abismo. Algo cara, me dicen las que militan a conciencia, pero en mi caso y con los escasos posibles que manosean mi cartera no hay peligro, paseo, paseo y paseo como los jubilados por los soportales de la Plaza Mayor.
En los últimos años, los probadores de las tiendas de ropa femenina están repletos de hombres acompañando a sus mujeres. Y esa es una ocasión peripintada para echar unos tejos mañaneros entre espejos, olores a desodorantes, gasas y franelas, pies descalzos y aromas de opio o mandarina enlatados.
Uno de los especímenes más abundantes en esta fauna de hombres que apacienta entre los pasillos y las cortinillas es el chico "yo pasaba por aquí y esta me ha liado". Este ejemplar se sienta a desgana en el taburete, le empluman el resto de las bolsas de las compras y cuando mylady sale a enseñarse, mira sin mirar y no opina, asiente. Este sosito no contradice las observaciones de su señora: "¿Me queda flojo?", pregunta observadora la trigueña de gafas estrechas y culito respingón. "Sí, te queda flojo" contesta el hombre percha, sin añadir nada nuevo. Es del tipo de los que aprovechan para mirar de reojo, con nocturnidad y alevosía, a las otras que se contornean o lucen sus piernas hasta la ingle tratando de ajustarse el forro de la falda, y agudiza el oído para escuchar el roce de la tela con la piel de la chica canela que acaba de entrar en el probador de al lado.
En el otro extremo, tenemos al tipo "hombre que todo lo sabe y todo lo entiende"; este opina con fundamento, tiene criterio propio y sabe con exactitud y sin duda lo que le conviene a su chica. Muy dispuesto y servicial, rebusca toda la tienda hasta encontrar la talla adecuada de la chaqueta Chanel o la blusita que mejor combina con ese "pantalón que tan buena figura te hace". Le hace desistir a la rubia de ojos negros de aquel pantalón de tweed que tanto le gustaba: "Sí, muy de moda esta temporada pero, nena, no te sienta, te hace el culo plano". Este parece que se estudia el Vogue cada nueva temporada y permanece totalmente absorto en modelar "su personal obra de arte", estamos ante un Pigmalión en toda regla, no pierde el tiempo mirando al resto de señoritas que pululan ante los espejos hechas un mar de dudas. Sus chicas los miran embelesadas pensando la suerte que han tenido en encontrar un hombre como este que tan bien las entiende.
Y por último, no podría olvidar el tipo que acompaña y aprovecha para explorar este universo de intimidad femenina que se exhibe sin pudor a otras congéneres como sólo se hace en los probadores. Este mirón empedernido, observa a su hembra dentro del cubil, vigila a las odaliscas que presumen de ombligo y se suben la camiseta hasta el sostén para terminar de aclararse con el largo de la falda —sí, una cuestión de perspectiva, me temo—. Y claro, con tales remangues y visiones de refajos, combinaciones y otras lindeces de ropa íntima ellos son felices, recorren el pasillo, se acercan, se alejan para tener la perspectiva adecuada de su chica y de las lindas que se desnudan detrás de esas cortinas mal cerradas. El hombre voyeur está en su mundo y tan a gusto, su vista se eterniza en la duda y en el espacio: "No sé, no me acaba de gustar... A ver, date la vuelta... Sube un poquito la falda, a ver..." pero sus ojos se despistan al divisar a la sueca de piel nevada que sale del probador con la blusa sin abrochar y el sujetador azul asomando por la ranura. "Pues yo lo veo bien, me gusta, no sé..." intenta aclararse la mujer del lunar en la mejilla. El hombre voyeur recobra el aliento y trata de centrarse al escuchar la voz impaciente de su chica pero los pies le delatan, ya han puesto rumbo al fondo del pasillo. "No sé qué te diga... A ver..., casi mejor que te quites los calcetines y te pongas los zapatos..." le replica con voz sedosa y perdida al sentir el aliento cálido de la sueca detrás de la nuca.