Capítulo 6

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-¿Que sucede? -se alarma Sofía.

-Aun vive, señora -responde Pedro Noel, triste pero sereno a la vez- Y mientras hay vida, hay esperanza.

Anonada, derrumbada por la brutal impresión de la noticia, Sofía se ha desplomado sobre los almohadones de un sofá, cubriéndose el rostro con las manos, mientras musita:

-¡Francisco...¡ ¡Francisco...!

-Desde que le vi salir de esa manera, temí un accidente. Por eso hice que le buscaran por todas partes.

-Pero, ¿qué ocurrió? ¿Cómo fue? -quiere saber, en su angustia, la señora D'Autremónt.

-Supongo que, en su cólera, hizo galopar al caballo hasta desbocarse por senderos muy escarpados. Naturalmente, fueron a dar al fondo de un barranco. Salió loco, ciego de ira... ¡Ni siquiera permitió que le ensillaran el caballo!

-¿Dónde está? ¡Quiero verlo!

-Ahora le traen. Me adelanté para prevenirla, y ya envié un hombre con el caballo más rápido, a traer un médico de la capital. Cayó de una gran altura... ¡Ahí están ya!

-Francisco... Francisco mío, ¿puedes verme? ¿Puedes oírme?

Inclinada sobre el lecho amplísimo, conteniendo con esfuerzo las lágrimas que se agolpan en sus párpados, Sofía D'Autremónt espera con ansia la palabra que puedan pronunciar los labios temblorosos de Francisco; pero es inútil, sólo los párpados se alzan con esfuerzo y la mirada vaga se fija en ella: mirada de un alma que se desprende ya de las ligaduras terrenales.

-¿Me oyes? ¿Me entiendes? ¡Francisco... Francisco mío!

-Creo que es inútil... -expresa Noel tristemente.

-¡No... No diga eso! -Se desespera Sofía- Ese médico, ese médico que mandó usted buscar, ¿cuándo estará aquí?

-Me temo que tarde bastante. Por desgracia, se ha perdido mucho tiempo. El accidente ha debido sufrirlo hace varias horas ya... Y luego, traerlo hasta aquí...

-Re... nato -susurra, con esfuerzo, D'Autremónt.

-¿Eh...? -Es Sofía que siente aletear en su corazón un hálito de esperanza.

-Renato... -vuelve a murmurar D'Autremónt.

-Ha dicho Renato -comenta Sofía.

-Sí; llama a su hijo -explica Noel-. Lo llama, quiere verle, quiere hablar con él. ¿Dónde está?

-¡Renato... hijo! ¡Ven acá!

Sofía ha alzado la voz y ha ido hacia la puerta, donde los dos muchachos, mudos, tensos, cogidos de la mano, contemplan la dolorosa escena, y de un brusco tirón los separa arrastrando a su hijo hasta el lecho del moribundo, cuyos párpados han vuelto a alzarse y en cuyas pupilas tiembla la luz de un ansia, de un anhelo imperioso...

-Aquí lo tienes, y aquí estoy yo también. Francisco mío.

-Renato... vas a quedar en mi lugar...

-No digas eso -interrumpe Sofía-. El médico vendrá en seguida y te pondrás bien.

-Pronto serás tú el amo de esta casa... -Ha hecho un enorme esfuerzo, levantando la cabeza para mirar el grupo que forman, junto a él, el hijo y la madre. Y su mano se alza hasta tocar la frente infantil nimbada de cabellos rubios-. Sé que cuidarás de tu madre... que sabrás defenderla cuando yo ya no esté. De eso estoy bien seguro... Pero hay algo más... que quiero pedirte: ¡cuida de Juan, Cuida de Juan, Renato... quiérelo y ayúdalo... ¡como si fuera tu propio hermano!

-¡Francisco... Francisco! -se angustia Sofía.

-Perdóname, Sofía... y no impidas que Renato cumpla mi última voluntad. ¡Oh.. .!

-¡Señora... Señora!, el médico está llegando... el médico de la capital está llegando -anuncia Bautista, que se acerca presuroso y sofocado-. Ya lo vieron salir del desfiladero, ya viene para acá...

-Tarde... tarde... ¡demasiado tarde! -grita Sofía, debatiéndose en las garras de la desesperación.

Corazón SalvajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora