Capítulo 24

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Bajo los árboles, Juan ha estado a punto de tropezar con Mónica, y un momento la mira como si despertara, como si volviese a la realidad desde un torbellino de pesadilla, y es tan terrible la expresión de su rostro que Mónica tiembla como si se asomara a un abismo.

—Juan, ¿qué ha pasado?

—Todavía no ha pasado nada, Santa Mónica. Cálmese... —aconseja Juan conteniéndose a duras penas y con una vibración de ironía en la voz.

—Estoy perfectamente calmada, pero si pudiera usted verse la cara...

—¿Qué pasa con mi cara? No es tan bella ni tan sugerente como la de Renato, ¿verdad?

—¿Por qué habla siempre en esa forma abominable? Lo hace usted difícil, Juan de Dios...

—¿Por qué no cambia ese estúpido mote?

—Suena un poco menos mal que el que usted se complace en ostentar... empiezo a creer que con menos razón de la que pretende.

—¿De verdad? ¿Qué la hace pensar eso?

—¿No cree que la historia de Colibrí puede ser bastante? Ese niño le adora, Juan. Dice que es usted el hombre más bueno del mundo...

—¿Y él qué sabe? —refuta Juan riendo amargamente.

—¿Qué le pasa? ¿Por qué se ríe así?

—Es mi forma de hacerlo. Me rio de usted y de todos los prudentes, como debe reírse el diablo. Qué maravillosa hipocresía! Usted no quiere sino disimular, tapar, echar tierra sobre la podredumbre, envolver en trapos la llaga...

—Juan, por Dios... —protesta Mónica conteniendo apenas su inflama ira—. ¡Usted...!

—Yo, ¿qué? Acabe... Sea franca, diga la verdad... Insúlteme ... si es lo que está deseando. Mientras junta las manos, mientras me mira con cara de cordera, mientras me dice con su dulce vocecita que no soy tan malo, lo que está deseando es que uno de estos rayos me fulmine... Bien, pues dígalo claro, y en paz...

—Yo no le deseo mal ni a usted ni a nadie... A usted menos que a nadie.

—¿Y eso por qué? ¿Porque se lo ordena su moral cristiana? ¡Maravilloso!

—Maravilloso, sí, aunque usted pretende burlarse. Porque nunca me dijeron palabras más sublimes en el idioma humano, que aquéllas de Jesús: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los queos persiguen y os maltratan, rogad a Dios por los que os atormentan".

—¡Fantástico! —trata de reír Juan furioso—. No pensé reírme, Santa Mónica, pero usted tiene el don de provocarme... "Amad a vuestros enemigos" ¿Se practica esa máxima en sociedad? ¿Quién la practica? ¡Ahí, sí, ya sé: el inefable Renato...

—¡Le prohíbo burlarse de él!
—¡Caramba! ¡Y con cuánta energía! ¿Por qué lo defiende tanto? Se lo he preguntado ya varias veces, pero no se ha dignado contestar. ¿Por qué Santa Mónica? ¿Hay también algún precepto de la moral cristiana que ordene dar la vida por un cuñado?

—¡Basta! ¡ Es usted un canalla, un bárbaro!

—¡Qué pronto cambia usted de opinión! Era el hombre más bueno del mundo, y de repente soy un canalla, un bárbaro, un salvaje, una fiera, un demonio... Juan del Diablo. Eso me gusta oírle decir. Dígalo muchas veces, porque a ratos me parece que lo estoy olvidando, y no quiero olvidarlo. Ayúdeme con su odio y con su desprecio. Los necesito, son como un revulsivo, como el hierro candente que se aplica a la mordedura venenosa de un reptil...

—¿Qué se propone entonces? —se desespera Mónica, visiblemente desconcertada—. ¿Qué va a hacer? ¿Piensa aún realizar la infamia de que me habló antes?

Corazón SalvajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora