Capítulo 5

733 31 0
                                    

-¿Qué es eso? ¿El señor D'Autremónt...? -Es Noel, el notario, quien hace la pregunta a Bautista, el criado.

-Sí... Es el caballo blanco del amo... El diablo anda suelto en esta casa desde que llegó ese maldito muchacho.

-¡Calle! ¡Calle! ¡Algo ha tenido que pasar...! Pedro Noel ha salido apresuradamente de la lujosa alcoba donde le han instalado. No le basta mirar por la ventana. Sale al ancho portal que rodea la casa, baja las escalinatas de piedra, sigue con ojos sorprendidos la blanca silueta de aquel caballo que a la luz de la luna se pierde ya sobre los campos, y exclama:

-¡Señor... Señor...! ¡Pero qué barbaridad!

Otros ojos han visto alejarse la arrogante figura que es Francisco D'Autremónt sobre su caballo favorito. Otros ojos infantiles, abiertos de sorpresa, acaso de espanto. Es Juan. Todo lo ha oído desde aquel último cuarto del patio de los criados, y ahora, fuera ya de la casa, corre como trastornado hasta que una mano cae sobre su brazo, reteniéndole rudamente...

-Y tú, a dónde vas? -inquiere Bautista.

-A dónde vas, te estoy preguntando...

-Yo iba... Yo...

-No tienes que ir a ninguna parte sino a la cama, adonde te han mandado hace ya dos horas...

-Es que el señor D'Autremónt...

-No te importa lo que haga .el señor D'Autremónt.

-Pero la señora Sofía...

-Esa menos te importa lo que haga.

-Es que yo vi, yo oí. .. Yo no quiero que por culpa mía...

-En lo que pase por culpa tuya, tampoco te tienes que meter. Tú no te gobiernas ni te mandas. Te han traído para que obedezcas y para que te calles. Anda a tu cuarto. Anda a tu cama, si no quieres que te lo diga de otra manera. ¡Anda! -Le ha dado un rudo empujón, metiéndolo en el cuarto, y cerrándolo con llave.

-¡Ábrame! ¡Ábrame! -grita el muchacho, golpeando con tuerza la puerta.

-¡Cállate, condenado! Ya te abriré cuando venga el amo. ¡Cállate!

-Ana, necesito hablar inmediatamente con la señora.

-La señora no quiere ver a nadie, señor Noel. Tiene la jaqueca ... y cuando la señora tiene la jaqueca, no quiere ver a nadie.

La voz lenta, sin modulaciones, empalagosa y recargada de la doncella favorita de la señora D'Autremónt, se extiende como blanda barrera deteniendo el ímpetu del notario, que iba a cruzar ya bajo los cortinajes que dan entrada a las habitaciones privadas de Sofía.

-Lo que tengo que decirle es importante -porfía Pedro Noel.

-La señora no oye a nadie cuando le duele la cabeza. Dice que cuando le hablan, le duele más. Además, es muy temprano.

-Anúnciame, dile que es urgente, y ya verás cómo me hace pasar.

La doncella mestiza ha sonreído mostrando su dentadura blanca, mientras mueve la rizada cabeza adornada con una diminuta cofia de encaje a la moda francesa. Suave y tozuda, terca y mansa, parece tener el don de agotar la paciencia del notario.

-¿No has oído que avises a tu señora? ¿Por qué te quedas ahí parada?

-Para avisarle a la señora tengo que hablarle, y la señora no quiere que le hablen cuando le duele la cabeza...

-¿Qué pasa...? -interrumpe Sofía, saliendo de su alcoba.

-Perdóneme, señora, pero es necesario que hablemos unos minutos... Es importante.

Corazón SalvajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora