Los muros del palacio estaban formados de polvo de nieve y las ventanas y
puertas, de vientos glaciales; había más de cien salones, formados por remolinos
de nieve, el mayor de los cuales medía varias leguas de largo; estaban iluminados
por auroras boreales y eran inmensos, vacíos, gélidos y luminosos.
Nunca se celebró allí fiesta alguna, ni siquiera un sencillo baile en el que los osos
pudieran danzar sobre sus patas traseras, haciendo gala de sus maneras
distinguidas, al son de la música de los tempestuosos vientos polares; jamás tuvo
lugar ninguna reunión en la que poder jugar y divertirse, ni siquiera una simple
velada en la que las señoritas zorras blancas charlaran en torno a unas tazas de
café, Los salones de la Reina de las Nieves eran desolados, grandes y fríos. Las
auroras boreales aparecían y desaparecían con tanta exactitud que se podía
preveer el momento en que su luz sería más intensa y aquel en que sería más
tenue. En medio del inmenso y desnudo salón central había un lago helado; el
hielo estaba roto en mil pedazos, pero cada uno de ellos era idéntico a los otros:
una verdadera maravilla; en el centro del lago se sentaba la Reina de las Nieves
cuando permanecía en palacio; pretendía reinar sobre el espejo de la razón, el
mejor, el único de este mundo.
El pequeño Kay estaba amoratado por el frío, casi negro, aunque él no se daba
cuenta de ello, pues el beso que le diera la Reina de las Nieves le había
insensibilizado para el frío y su corazón estaba, innecesario decirlo, igual que un
témpano. Iba de un lado para otro cogiendo trozos de hielo planos y afilados que
disponía de todas las formas posibles, con un propósito determinado; hacía lo
mismo que nosotros cuando con pequeñas piezas de madera recortadas
intentamos componer figuras. Kay también formaba figuras, y sumamente
complicadas: era "el juego del hielo de la razón"; a sus ojos, estas figuras eran
magníficas y su actividad tenía una enorme importancia; el fragmento de cristal
que tenía en el ojo era la causa de todo; construía palabras con trozos de hielo,
pero nunca conseguía formar la palara que hubiera deseado, la palabra Eternidad.
La Reina de las nieves le había dicho:
- Cuando logres formar esa palabra, serás tu propio dueño; te daré el mundo
entero y un par de patines nuevos.
Pero, por más que lo intentaba, nunca lo conseguía.
- Voy a emprender un vuelo hacia los países cálidos - le dijo un dia la Reina de las
Nieves - Echaré un vistazo a las marmitas negras - así llamaba ella a las
montañas que escupen fuego, como el Etna y el Vesubio-. Las blanquearé un
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La reina de las nieves
FantasyUna historia de Hans Christian Andersen (1805 - 1875) Que narra a Kay y a Greta, dos niños que viven en casas contiguas y que son muy unidos pero son separados por una desgracia, la reina de las nieves. Greta se niega a aceptar lo que todos dicen y...