SEXTO EPISODIO: La Lapona y la Finesa

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Se detuvieron ante una pequeña cabaña. Tenía un aspecto muy pobre, con un


tejado que descendía hasta el suelo y una puerta tan baja que para entrar o salir


de ella había que arrastrarse por el suelo. Vivía allí una vieja lapona que estaba


cociendo pescado en una lámpara de aceite de bacalao; el reno le contó toda la


historia de la niña, aunque antes le había contado la suya, que consideraba mucho


más importante; Gerda estaba tan entumecida por el frío que apenas podía hablar.


- ¡Ah, pobres de vosotros! - dijo la lapona -. Os queda todavía un largo camino!


Tenéis que hacer más de cien leguas para llegar a Finlandia; allí, donde las


auroras boreales aparecen cada noche, tiene la Reina de las Nieves su morada.


Como no tengo papel, os escribiré una nota en un rozo de bacalao seco; deberéis


entregárselo a una mujer finlandesa, amiga mía, que vive por allí; ella podrá


informaros mejor que yo.


Cuando Gerda hubo entrado en calor, después de haber comido y bebido algo, la


lapona escribió unas palabras sobre el bacalao, recomendando a Gerda que


tuviese buen cuidado de no perderlo; ésta lo colocó sobre el reno, que, de un


salto, reemprendió la marcha. Tuvieron la ocasión de contemplar deliciosas


auroras boreales de hermosos tonos azulados ... y llegaron a Finlandia.


Llamaron a la chimenea de la mujer finlandesa, pues su casa era una chimenea


que ni siquiera tenía puerta. Dentro, el calor era tal que la mujer estaba casi


desnuda; era pequeña y muy sucia; desvistió en seguida a la pequeña Gerda, le


quitó las manoplas y los zapatos, pues de lo contrario no habría podido soportar el


calor, y puso un trozo de hielo sobre la cabeza del reno; luego, leyó lo que su


amiga lapona había escrito en el bacalao seco; tres veces lo leyó, hasta


aprenderlo de memoria, y después echó el bacalao a la olla: era comida y ella


nunca dejaba que la comida se echara a perder.


- Tú eres muy hábil - dijo el reno; sé que puedes atar todos los vientos del mundo


con un hilo; si el capitán de barco deshace un nudo, tiene buen viento, si deshace


el segundo, el viento arrecia, y si deshace el tercero y el cuarto, se levanta un


huracán capaz de asolar los bosques. ¿No quieres dar a la niña una poción que le


dé la fuerza de veinte hombres y le permita llegar hasta la Reina de las Nieves?


- ¿La fuerza de veinte hombres...? - repitió la finlandesa- Sí, eso sería suficiente.


Se acercó a una estantería y cogió un gran rollo de piel que desenrolló


cuidadosamente; había escritos en él unos extraños signos; la mujer leyó y unas


gotas de sudor aparecieron en su frente.

La reina de las nievesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora