Atravesaban un bosque sombrío, donde la carroza resplandecía como una
antorcha, lo que llamó la atención de los bandidos. No podían dejar escapar
aquella presa.
-¡Es de oro! ¡Es de oro! - gritaron, precipitándose sobre ella; detuvieron a los
caballos, dieron muerte a los cocheros y sacaron del coche a la pequeña Gerda.
-¡Está rolliza y hermosa! La han cebado con pan de especias - dijo la mujer al
bandido que tenía una barba enmarañada y unas cejas que le caían hasta los
ojos- Es tierna como un cordero cebón, ¡Qué rica estará! - Y diciendo esto, sacó
su afilado cuchillo que brilló con resplandor siniestro.
- ¡Ahh! - Chilló la mujer: su propia hija, a la que llevaba a la espalda, le acababa de
propinar un tremendo mordisco en la oreja. La muchacha era salvaje y mal
educada como no se pueda imaginar.
- ¡Maldita niña! - exclamó la madre, que no pudo así matar a Gerda.
- ¡Quiero esta niña para que juegue conmigo! - dijo la hija del bandido- Quiero que
me dé su manguito y su vestido y que duerma conmigo en la cama.
Y la mordió de nuevo con tal fuerza que la mujer dio un salto en el aire
retorciéndose, mientras los bandidos se echaban a reír, diciendo:
-¡Mirad cómo baila con su hija!
-¡Quiero montar en la carroza! - gritó la hija del bandido.
Y cuando la chiquilla quería algo, había que dárselo, pues además de consentida,
era terca como ella sola. Tomó asiento junto a Gerda en la carroza y se
adentraron por el bosque traqueteando entre tocones y malezas. la hija del
bandido era tan alta como Gerda, aunque más fuerte, más ancha de hombros y depiel más oscura; sus ojos, de un negro intenso, revelaban una expresión de
tristeza. Cogió a la pequeña Gerda por la cintura y le dijo:
- No te matarán mientras yo no me enfado contigo. ¿Eres una princesa?
- No - dijo la pequeña Gerda, contando lo que le había ocurrido y lo mucho que
quería al pequeño Kay.
La hija del bandido miraba con aire grave; hizo un movimiento de cabeza y dijo:
- No te matarán, ni siquiera aunque yo me enfado contigo; en ese caso seré yo
misma quien lo haga.
Secó los ojos de Gerda y metió sus manos en el bello manguito tan suave y
caliente que era.
La carroza se detuvo; se encontraban en el patio del castillo de los bandidos,
cuyos muros estaban agrietados de arriba abajo; cuervos y cornejas salieron
volando de agujeros y grietas y dos grandes perrazos, con aspecto de poder
devorar a un hombre, daban grandes brincos, aunque no ladraban, pues les
estaba prohibido.
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La reina de las nieves
FantasyUna historia de Hans Christian Andersen (1805 - 1875) Que narra a Kay y a Greta, dos niños que viven en casas contiguas y que son muy unidos pero son separados por una desgracia, la reina de las nieves. Greta se niega a aceptar lo que todos dicen y...