QUINTO EPISODIO: La Hija del Bandido

431 22 1
                                    

Atravesaban un bosque sombrío, donde la carroza resplandecía como una


antorcha, lo que llamó la atención de los bandidos. No podían dejar escapar


aquella presa.


-¡Es de oro! ¡Es de oro! - gritaron, precipitándose sobre ella; detuvieron a los


caballos, dieron muerte a los cocheros y sacaron del coche a la pequeña Gerda.


-¡Está rolliza y hermosa! La han cebado con pan de especias - dijo la mujer al


bandido que tenía una barba enmarañada y unas cejas que le caían hasta los


ojos- Es tierna como un cordero cebón, ¡Qué rica estará! - Y diciendo esto, sacó


su afilado cuchillo que brilló con resplandor siniestro.


- ¡Ahh! - Chilló la mujer: su propia hija, a la que llevaba a la espalda, le acababa de


propinar un tremendo mordisco en la oreja. La muchacha era salvaje y mal


educada como no se pueda imaginar.


- ¡Maldita niña! - exclamó la madre, que no pudo así matar a Gerda.


- ¡Quiero esta niña para que juegue conmigo! - dijo la hija del bandido- Quiero que


me dé su manguito y su vestido y que duerma conmigo en la cama.


Y la mordió de nuevo con tal fuerza que la mujer dio un salto en el aire


retorciéndose, mientras los bandidos se echaban a reír, diciendo:


-¡Mirad cómo baila con su hija!


-¡Quiero montar en la carroza! - gritó la hija del bandido.


Y cuando la chiquilla quería algo, había que dárselo, pues además de consentida,


era terca como ella sola. Tomó asiento junto a Gerda en la carroza y se


adentraron por el bosque traqueteando entre tocones y malezas. la hija del


bandido era tan alta como Gerda, aunque más fuerte, más ancha de hombros y depiel más oscura; sus ojos, de un negro intenso, revelaban una expresión de


tristeza. Cogió a la pequeña Gerda por la cintura y le dijo:


- No te matarán mientras yo no me enfado contigo. ¿Eres una princesa?


- No - dijo la pequeña Gerda, contando lo que le había ocurrido y lo mucho que


quería al pequeño Kay.


La hija del bandido miraba con aire grave; hizo un movimiento de cabeza y dijo:


- No te matarán, ni siquiera aunque yo me enfado contigo; en ese caso seré yo


misma quien lo haga.


Secó los ojos de Gerda y metió sus manos en el bello manguito tan suave y


caliente que era.


La carroza se detuvo; se encontraban en el patio del castillo de los bandidos,


cuyos muros estaban agrietados de arriba abajo; cuervos y cornejas salieron


volando de agujeros y grietas y dos grandes perrazos, con aspecto de poder


devorar a un hombre, daban grandes brincos, aunque no ladraban, pues les


estaba prohibido.

La reina de las nievesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora