¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Alivio ˗
ˏˋ ✉︎ ˎˊ˗
───⋆⋅☆⋅⋆───
⚯ ͛
—¿Por qué venimos aquí? Ella no quiere hablar contigo.
Gustav cruzó los brazos, mirando a Tom con una mezcla de preocupación y resignación. Estaban parados frente al viejo café de Berlín donde todo había comenzado… y donde todo había terminado también.
Tom no dijo nada. Solo bajó la vista, las manos en los bolsillos de su abrigo. Había nevado hacía poco, y sus botas dejaban huellas profundas en la acera mojada.
—No me importa si no quiere hablarme —dijo al fin—. Necesito verla. Solo eso.
—¿Y si te rechaza otra vez? —intervino Georg, apoyado contra una farola—. No todos aguantan un “lo siento” cuando ya se rompieron en pedazos.
Tom lo sabía. La había dejado ir sin pelear, sin explicarle lo que de verdad sentía, sin decirle que no era miedo lo que lo había alejado, sino inseguridad. Sabrina era luz, y él se había sentido como una sombra al lado de ella.
Bill salió del café, con una taza humeante entre las manos y una ceja arqueada.
—Sigue ahí. En la misma mesa. Sola. Como hace semanas.
Los tres lo miraron.
—Pero si vas a entrar, Tom, entra con el corazón en la mano —agregó Bill—. Ya no tenés margen para esconderlo.
Tom tragó saliva. Entró.
Allí estaba ella. El cabello un poco más largo, la mirada perdida en una libreta de apuntes. Ni siquiera levantó la vista cuando oyó la campanita de la puerta.
Él se acercó despacio.
—Hola —dijo, su voz apenas un susurro.
Sabrina levantó los ojos. Y sus pupilas, como puñales dulces, se clavaron en él. Durante un segundo eterno no dijo nada. Luego, volvió a escribir algo en su libreta.
—Pensé que no ibas a volver —murmuró.
—Yo también lo pensé. Pero no podía seguir sin saber si todavía hay algo que salvar.
Ella cerró la libreta con suavidad.
—¿Y hay algo que decir que no hayas dicho ya con tu silencio?
Tom se sentó frente a ella. Esta vez no iba a huir.
—Nunca fui bueno diciendo lo que siento. Pero nunca dejé de sentirlo. Te amé en silencio cuando te alejaste, cuando lloraste por mi culpa, cuando pensaste que no eras suficiente… cuando en realidad eras demasiado para alguien que no sabía cómo abrazarte sin romperse a sí mismo.
Sabrina bajó la mirada, y por primera vez en semanas, una lágrima corrió por su mejilla. Pero no era de tristeza. Era alivio.
—¿Y ahora? —susurró.
Tom se inclinó hacia ella, y con la voz más sincera que había usado en su vida, dijo: