Cuarto Acto: Fantasía

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Que extraño modo de conocer a alguien, realmente lo era, ¿a quién en su sano juicio se le ocurría dormirse en la mesa de un bar? Por lo visto, sólo a él.

De ése modo fue que conoció a su Dormilón, tenía mucho de no saber de Tontín, ni de Gruñón, pero le tocaba esperar a ver si alguno de los anteriores aparecía.

La primera vez que lo invitó a su cama, la cosa no fue como lo esperaba, el muy idiota se había dormido y roncaba como locomotora descompuesta, abrazándola a ella como a un oso de peluche. La situación se había repetido infinidad de veces, ahora ya no le causa tanta molestia, cada vez que está junto a él no consume ese estúpido alucinógeno, le basta con verle dormir, sonríe al ver su cabello negro revuelto en la sábana, su rostro aniñado y trigueño, aún era inocente su pequeño Dormilón.

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Ahora los tenía a los tres, ya no se sentía tan sola, al parecer se habían puesto de acuerdo para cuidarla, pero eso era un imposible, ella ya estaba rota  y no había nada que pudiera remediarlo. Ésa era su triste realidad.

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El trabajo en «Contes des Fées» se había vuelto mucho más pesado de lo normal, clientes por aquí y por allá, sin contar al tirano de Patrick descargando su frustración con todos sus trabajadores, a veces deseaba que se cansara de gritar, pero eso sería algo poco probable, ese hombre no se cansaba de armar escándalo, parecía ser su entretenimiento diario, ese día ella podía asegurar que se estaba divirtiendo a lo grande gracias a ellos.

Pero como bien dicen— no todo puede ser color de rosa— así que le tocaba aguantar sus berrinches, aunque con su carácter suave no le era en lo absoluto complejo, de eso estaba más que clara.

Días como ese eran aquellos en donde la nostalgia llegaba a ella sin importar el lugar y la hacían imaginar escenarios distintos de su vida, algo más normal, menos tórrido, en donde su madre nunca hubiese muerto, en donde su padre nunca hubiese probado el alcohol y el juego, si Patrick nunca la hubiera destruido tal como lo había hecho. Pero como bien dicen, el hubiera no existe, así que le tocaba seguir fingiendo, seguir siendo dulce, seguir en ese hermoso cuento de hadas que le hacía imaginar la cocaína, ese mundo donde ella era Blancanieves y era cuidada por Siete enanos, de los cuales por el momento sólo tenía tres, pero todo eso se podía solucionar sin problema alguno, pensó ella emitiendo una risa cantarina, ¡Oh! ¿Y cómo olvidarse de su Bruja Malvada particular? ¡Eso nunca!

Como le divertían sus pocos coherentes pensamientos, pero ¿quién dijo que la vida debía tener coherencia alguna?

—Porque para ella, la coherencia tenía una importancia casi nula— pensó Bianca mientras daba inicio el tarareo de una preciosa melodía, para de este continuar con su trabajo, ¡solo faltaba que aves volaran, siervos y conejos llegaran junto a ella al escucharla cantar! sería algo realmente digno de ver, un espectáculo memorable cabe recalcar.

Pero en fin, era hora de regresar al trabajo otra vez.

Historia del pecado #BlueAwards17Donde viven las historias. Descúbrelo ahora