Un día de como cualquier otro

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--¡Jon!
Gritaba mi madre cada mañana para despertarme desde la cocina.
--¡Jon, despierta que hoy empiezas el nuevo curso y falta media hora para que pase el autobús para ir al cole!
--¡¿Solo media hora!?-Grité sobresaltado.-

Y es cierto, hoy empiezo un curso nuevo, cosa que mi placentero sueño, me había hecho olvidar. El rico aroma de huevos, beicon, chistorra, salchichas y morcilla, que me preparaba mi madre el primer dia de curso todos los años, ya subía por las escaleras hasta llegar a mi habitación.

Descendí rápidamente las escaleras de madera que crujían al pisarlas. Y allí me esperaba aquel sabroso y cargado desayuno. Mi madre me había preparado también un zumo de naranja recién exprimido. No fui precisamente lento para comerme ese desayuno. Entre pieza y pieza de comida que entraba en mi boca, le daba mis más sinceras gracias a mi madre por ese manjar. Que yo sabía, que había tardado, al menos, veinte minutos para prepararlo

Mi madre era de baja estatura, con pelo negro y liso, que yo había heredado de ella, ojos azules de tono grisáceos, boca pequeña y carnosa, nariz chata y orejas pequeñas. Pero yo era alto y corpulento como mi padre, con unos ojos de color verde té y toda mi cabeza iba a proporción de mi cuerpo, pero esa corpulencia en mi, siempre había existido desde pequeño, cosa que siempre me había atormentado.

Siempre vivía con miedo de mi mismo, de que pasaría si un dia me enfadara con una persona seriamente y nos enfrentáramos cuerpo a cuerpo. Toda mi vida pensé que siempre debe de haber otra salida a la violencia. Cosa que me había ayudado a ser más coherente en las cosas y desarrollar mi inteligencia más rápidamente, a comparación de mis compañeros. Cosa que también me creaba frustración. Pero no se como, he encajado con un grupo de buenos amigos, gente que me gustaría estar con ellos hasta el fin de mis días.

Acabé de comer y le di otra vez gracias a mi madre, por aquel manjar. Ahora tenía que ir a ducharme. Hoy, al parecer, me ha tocado ducha con agua fría, pues la caldera de mi casa funcionaba cuando le daba la gana. Menos mal que estaba de buen humor.

Notaba como miles de hielos me picaran en la cabeza cuando pasaba con la manguera por mi cabeza, pero la verdadera diversión empezaba cuando me mojaba la espalda y el pecho. Mis pezones se ponían duros como una roca. Me distribuí una capa de jabón por todo el cuerpo y eso fue un error terrible. Cuando tuve que aclararme partes que antes no me había mojado para que no me diera una hipotermia, hicieron que esa ducha helada, fuera un infierno. Me seque y me vestí con las primeras prendas que encontré en mi armario, sin importarme lo bien que me quedará o no.

Revisé que en mi mochila todo estuviera en orden, y así era. Hice mi cama y le di un beso de adiós a mi padre que aun estaba durmiendo, pero no por mucho tiempo. Finalmente me despedí de mi madre.

Un viento helador me azotó en la cara nada más salir de casa, pero en esa mañana, ya estaba acostumbrado al frío. Me dirigí a la parada de autobús que estaba dos calles más allá de mi casa. Iba andando tranquilamente por la calle, hasta que a medio camino, pasa el bus al lado mio. Salí corriendo tras el, con suerte, llegué antes que el.

Se notaba que el húmedo frío ya había llegado a Barcelona. El frío ya me había calado hasta los huesos, y mientras llenaba y vaciaba mis pulmones, exhausto, iba dejando nubes que salían de mi boca. Por suerte, el autobús tenía rejillas que llenaban el transporte de aire caliente.

Pasé mi tarjeta por una maquina, que marcaba que había hecho un viaje de diez que podía hacer con esa tarjeta. Y por suerte, entre el gentío encontré a mi mejor amigo, Adam. Yo era una cabeza más grande que el, tenía el pelo, que le llega a la altura de las orejas, de color amarillo en forma de bol, unas gafas que hacían más grandes sus ojos azules, y era un poco rechoncho, pero muy buen amigo. A pesar de que no se considera muy atractivo, llegó a ser novio de una de las chicas más guapas del curso.

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