La Vigilancia

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Tras hacer oficial el cambio en los grupos, deseamos las buenas noches a todos. En aquella plaza habían seis calles en las bandas y eramos siete personas. Yo me puse en la misma calle que Andrea. Los demás fueron distribuyéndose en las otras calles. Me armé con mi arma preferida, una piedra, sin embargo, Andrea se armó con un palo que había usado en pesca.

--¿Como son esos monstruos a los que llamáis "Espejismos"?-Su voz era dulce y suave.-
--Cada uno que aparece es distinto al anterior. No se puede prevenir, debemos de estar preparados.
--Supongo que mañana tendremos el día libre. ¿Verdad?
--Supones mal, Andrea-Mi voz sonó ruda.-no tenemos descanso.
--¿Puedo saber porqué nos habéis cambiado?
--Atenea tenía un pequeño conflicto con un chico de este grupo y me negaba a tener conflictos. Paula me ofrecía darme a un chico. Le he dicho que no quería que en mi grupo estuviera la mitad de varones de Pesadi.
--¿Era eso o querías tener un par de culos a los que mirar mientras camines?
--Las dos cosas a la vez.

Ella estalló en risas. Estuvimos mucho rato hablando, hasta que se escuchó un grito de Fidel desde la otra punta de la plaza. Di la orden de que fueran los dos más cercanos a su calle. Pero gritaron que necesitaban más ayuda. Fuimos todos corriendo hacia allí. Cuando vimos aquello se nos pusieron los pelos de punta.

Cuatro niños de ocho años, vestidos con uniforme de colegio. No tenían pelo, ojos azules que brillaban en la oscuridad, nariz grande y orejas pequeñas. Sus bocas estaban tapadas con un trozo de cinta adhesiva de color negro. Se arrancaron la cinta adhesiva y se vieron sus labios con numerosos cortes.

--Sabemos lo que pensáis.-Dijeron a coro con una voz escalofriante.-Esta noche acabará vuestra vida.
--Mira los canijos.-Vaciló Sandra-Saben leer la mente y ver el futuro. Yo puedo ver muertos no te jode
--Tus palabras esconden miedo.
--Basta de cháchara ¡al turrón!-Grité mientras corría hacia ellos.

Puede ser que si pudieran leer le mente. Todo movimiento lo conseguían esquivabar. Pero cuando se añadieron todos, se les hizo imposible esquivar. Aunque conseguimos hacer desaparecer a esos monstruos, no puede evitar recibir un doloroso golpe en la nariz.

Incline mi cabeza mirando al cielo para evitar derramar mucha sangre. Cuando puse mi cabeza bien, derramé un chorro de sangre, como si fuera un calamar.

Volvimos a nuestras posiciones. Fue una noche aburrida y larga. En realidad no sabía que quería si hacer esa guardia y no tener pesadillas o dormir entre las tetas de Paula por las pesadillas. Tras aburrirnos dos largas horas más, acabamos jugando a atrevimiento o verdad.

Acabé haciendo cosas realmente estúpidas aquella noche, como si no fuera un líder. Desde gritar a pleno pulmón, hasta ponerle el culo en la cara de un chico de once años. El sol empezó a levantarse por el horizonte. Nuestra vigilancia se había terminado y un nuevo día se nos ponía por delante.

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