Capítulo diez

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Me ajusté las gafas en el puente de la nariz y seguí escribiendo con total soltura. Estaba inspirada y parecía que el lápiz se movía solo sobre el papel. Escuché el sonido de la puerta pero ni siquiera me giré a ver quién era.

—¿Es que no vas a hablar conmigo? Eres una mala hermana —dijo Isaac con una media sonrisa, entrando en mi cuarto y cerrando la puerta a su paso.

—Lo siento, pensé que querrías espacio. Ya sabes, tiempo para ti y tus asuntos —dije tranquilamente sin despegar la vista del folio lleno de palabras torcidas y tachones.

—Mis asuntos se quedaron en Frederick y no tengo intención de volver por ellos.

Asentí y seguí escribiendo a la vez que le contestaba.

—¿De eso querías hablar conmigo? Frederick no es un tema que me llame mucho la atención, Isaac —comenté mientras fruncía el ceño, concentrada en lo que estaba escribiendo.

—Derek no lo ha superado y Erica quiere saber dónde estás —dijo con seriedad y yo ignoré lo mucho que le importaba y preocupaba ese tema.

—He superado eso, y tú también deberías.

Rodé los ojos y negué mientras tachaba de nuevo, estaba empezando a desconcentrarme por culpa de la conversación.

—Claro que lo has hecho, tu amigo te está ayudando muy bien —comentó de la nada, con cierto tono de burla y se empezó a reír al ver cómo lo miraba con los ojos entrecerrados. Isaac era mi hermano mayor y siempre intentaba burlarse de mí cuando tenía chicos cerca. 

—Supéralo, Isaac, ya lo hablamos por teléfono —volví a rodar los ojos, esta vez mirándolo y él negó— No estoy saliendo con nadie.

—¿Sigues escribiendo? —preguntó, levantándose de mi ahora arrugada cama para tomar las hojas que ya estaban completas por las dos caras. Asentí y me quité las gafas que me empezaban a molesta y las dejé encima de la mesa con cuidado, frotándome la cara con cansancio— Te ves tan guapa con gafas, y no las llevas nunca.

—Sí las llevo, pero sólo en casa. Son para estudiar, qué esperas que me las ponga para ir a comprar —dije con sarcasmo y le di un empujón en el hombro haciéndolo caer de nuevo en mi cama.

—¿Será tu novio el que te ha pegado el sarcasmo?

Me giré a mirarlo con una ceja levantada y le tiré un boli a la cabeza pero lo cogió con la mano y evitó el impacto mientras se reía.

—Estás muy cambiado... ¡Por fin ha llegado tu necesitada pubertad! —bromeé.

—Oye, yo siempre he sido guapo.

—Sí, ya.

Nuestra madre entró por la puerta con una sonrisa al vernos juntos de nuevo, felices y bromeando, y nos avisó de que era hora de cenar. Cansada, bajé las escaleras detrás de Isaac, mientras hacía más bromas que empezaba a ignorar antes de que empezara a dolerme la cabeza. Cenamos en familia, como antiguamente, y aunque estaba feliz, echaba de menos a mi padre. Después de pasar la noche juntos, subí a mi habitación para irme a dormir. 

Entré a oscuras, aunque la luz de la ventana iluminaba lo suficiente como para guiarme hasta la cama pero algo me hizo pararme y empezar a ponerme nerviosa. Vi una sombra al lado de la cama y estuve a punto de gritar cuando vi de quién se trataba, era Dylan.

—¿Qué haces aquí? —pregunté alterada en un susurro y cerré rápidamente la puerta antes de que alguien me escuchara hablar sola y subiera.

—Vengo a saber por qué no quisiste besarme antes, y no me iré sin la respuesta.

Sentí cómo el aire se escapaba de mis pulmones al escucharlo y luché internamente por no quedarme boquiabierta delante de Dylan. Se acercó sigilosamente a mí y se quedó mirándome, esperando mi respuesta. Me mordí la lengua, nerviosa por la batalla que se estaba formando en mi interior entre decirle la verdad y acarrear con las vergonzosas consecuencias o besarlo como si lo hubiera hecho mil veces antes porque no le mentiría y le diría que no me gustaba, porque me gustaba mucho.

silence » dylan o'brien (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora