Capítulo ocho

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Mi despertar del día siguiente fue alborotado e intranquilo. La alarma sonó más tarde de lo que esperaba, agujereando mi tímpano con cada nota, y mi madre gritaba desde la cocina, en el piso de abajo, para que me levantara de una vez y apagara el irritante sonido del despertador. Solté un quejido, escondiendo mi cara entre las almohadas al recordar lo mucho que había trasnochado por terminar un libro.

—¡Bree Dilaurentis! ¡Baja ahora mismo o te juro que subo a por ti!

—Estoy despierta —lloriqueé, y rodé por la cama hasta llegar al borde, donde no tuve más remedio que ponerme de pie y levantarme.

Era inusual que mi madre estuviera en casa a esa hora, y mucho más que estuviera gritando de esa manera. Me miré rápidamente en el espejo y fruncí el ceño al ver la terrible imagen que me observaba de vuelta; tenía el pelo enmarañado, la cara pálida y los labios ligeramente hinchados.

Bajé las escaleras lentamente, bostezando e ignorando las voces de la cocina. Me froté los ojos, suspirando con cansancio, y me senté en la primera silla que vi mientras terminaba de despertarme.

—Buenos días, cielo —dijo mi madre y supe que estaba sonriendo con gentileza por su tono de voz.

—¿Has dejado el trabajo? —pregunté directamente, entreabriendo un ojo para observarla.

Hoy vestía mejor que ayer, llevaba pantalones negros de traje y una americana azul cielo que combinaba a la perfección con su brazalete. Ella se rió levemente y dejó la taza de café sobre la encimera.

—¿Por qué iba a dejarlo? ¿No quieres volver a comer? ¿Vivir en la calle?

—Eres muy graciosa —dije simplemente, retorciendo mis brazos para estirarme por completo en la silla.

Una risa masculina leve me hizo dar un respingo en el asiento y me reincorporé con rapidez, aplastándome el pelo antes de girarme a mirarlo. Cuando lo vi, mis ojos se abrieron con sorpresa y me levanté de la silla de un salto, alejándome de él como si fuera un demonio.

—Por cierto, cariño, Dylan ha pasado a recogerte y le he invitado a desayunar.

La miré con ojos desorbitados y los labios apretados en una sonrisa incomoda.

—Ya lo veo —musité entre dientes, como si de esa forma no fuera a escucharme.

Esto era increíble; no lo había hecho una sino dos veces. Iba a terminar con mi vida social, y eso que no era en absoluto extraordinaria. Tomé una profunda respiración para tener paciencia y aseguré que bajaría en cinco minutos.

Subí las escaleras con tanta rapidez que casi caí y me choqué con todos los muebles de mi cuarto hasta llegar al armario. Solté un quejido al mirar la ropa, sabiendo que no tenía tiempo para elegir, y cogí el primer vestido que encontré. Saqué unas botas del fondo del armario mientras con la otra mano libre metía todo lo necesario en mi bolso y, después, intenté colocarme una de ellas mientras cerraba la cremallera.

Atravesé el cuarto, dando saltos para encajar la bota, y me peleé con el vestido para que bajara por mi cabeza. Suspiré aliviada cuando lo conseguí y me giré rápidamente cuando escuché la puerta abrirse lentamente tras un suave noqueo. Me arreglé el pelo con los dedos

—Hola —sonreí, intentando aparentar toda la naturalidad posible, y me acicalé el pelo con los dedos.

La mirada de Dylan me escaneó de arriba abajo con sutileza, pero no la suficiente como para que no me diera cuenta. Alcé las cejas, preguntándole indirectamente qué hacía ahí, y terminé de recoger para poder marcharnos cuanto antes.

—¿Estás segura de que quieres ir a primera?

Puse los ojos en blanco y me acerqué hasta el espejo del tocador, frunciendo los labios al verme el pelo. Me pasé el peine con suavidad; lo último que necesitaba era estropearlo más.

silence » dylan o'brien (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora