Mi primera clase era Biología. Dos horas seguidas. Y yo odiaba la biología, pero con el cambio de expediente no tenía suficientes créditos con las optativas de literatura e inglés, así que esta era la solución para una persona que quería dedicarse a escribir libros.
Analicé el aula rápidamente: mesas conjuntas, una pizarra llena de apuntes, ventanas sucias y un modelo del cuerpo humano que parecía estar castigado en una esquina. Fiché un asiento vacío en última fila y me dirigí con decisión antes de que empezara a llenarse.
No tardó mucho en suceder. Me fijé sutilmente en las personas que entraban y en sus apariencias para, por lo menos, tener una idea de quiénes serían mis compañeros durante lo que quedaba de curso. Las siguientes fueron Abbey y Summer, y aparté la mirada rápidamente cuando vi que les seguía Dylan. Se me aceleró el corazón de manera automática y me puse a garabatear en el cuaderno, esperando que el pelo me cubriera la cara lo suficiente para que no me reconocieran.
Me hubiera gustado poder compartir pupitre con ellas, pero no quería ni dirigirme a Dylan. Ni siquiera comprendía cómo podían ser amigos. Atisbé por el rabillo del ojo como las chicas cuchicheaban algo y Dylan agachaba la cabeza, como si estuviera arrepentido. Me dio un leve vuelvo al corazón que me obligué a borrar, porque él no se iba a disculpar ni arrepentir.
Lo vi caminar hacia el último asiento libre que quedaba y arrugué la nariz.
—Dilaurentis —saludó cuando se sentó a mi lado.
Mi apellido se deslizó con un ligero tono divertido y apreté la mandíbula hasta que me chirriaron los dientes.
—Tengo un nombre, ¿sabes? No me gusta que me llamen por mi apellido.
Dylan sonrió abiertamente, pasándose la lengua por el interior de la mejilla como si luchara contra viento y marea por no contestarme. Pero ya lo había visto antes, no iba a dejarme tener la última palabra. Dejé el lápiz sobre el cuaderno con más fuerza de la que me habría gustado y ladeé el torso hasta estar frente a él. Si íbamos a discutir de nuevo, no iba a aceptar ver solo la mitad de su cara.
Soltó los libros sobre la mesa, se acomodó en la silla y miró al frente, como si fuera más interesante la pizarra que yo. Igual que hizo antes en administración. Ni una mirada cargada de odio, ni un remarque sarcástico, ni una chispa de emoción. No podía negar que me traía curiosidad la razón por la que era tan frío conmigo buenas a primeras, sin siquiera conocerme. Apreté los labios, haciendo una mueca de disgusto para mí misma, y volví a colocarme recta en el sitio. Aunque mi yo interior quería agarrarlo por los hombros y darle una sacudida.
El profesor entró por la puerta, saludando sin muchos ánimos a la clase, y me recliné sobre la mesa para recolocar mi postura. Miré hacia delante y suspiré en forma de queja, sintiendo que esa clase iba a ser interminable. Cuando había pasado lo que parecía una hora de larga explicación, decidí abrir mi cuaderno y comencé a dibujar algunos garabatos para distraerme.
—Señorita Dilaurentis —pude escuchar y levanté la mirada lentamente del cuaderno para encontrarme con la del profesor— Si ha estado atendiendo le resultará muy sencilla esta pregunta.
Sonrió irónicamente mientras me observaba y aguanté la respiración por un momento, sabiendo perfectamente que me había pillado. Me rasqué la nuca con nerviosismo y froté las palmas de mis manos contra mis vaqueros, sintiendo que empezaba a traspirar. Aquí venía una pregunta sobre la que no tendría ni idea; ahora no solo sería la nueva, sino también la tonta.
—Podría repetir la pregunta, por favor —pedí, intentando ganar tiempo.
Miré rápidamente la pizarra, el libro de texto y comprobé que estaba en la misma página que Dylan. El profesor puso una mueca, arqueando una ceja con disgusto, pero repitió la pregunta aunque su tono de voz indicara que no quería hacerlo y que no tenía la paciencia necesaria. Todas las miradas se pusieron en mí, todas las cabezas se giraron, y me reincorporé en la silla al sentir la presión social.
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silence » dylan o'brien (EDITANDO)
FanficÉl hablaba poco. Ella insistía mucho. Él no respondía a sus preguntas. Y ella preguntaba demasiado.