No tengo ni la menor idea de cuándo ni por qué me he quedado dormida, pero cuando abro los ojos, los rayos del sol se distinguen tras los cristales de la ventana y por los huecos que hay entre las tablas de madera que forman la pared.
Me reincorporo en la silla en la que estoy sentada para después quedarme un rato de brazos cruzados, mirando al infinito. La claridad hace que las partículas de polvo suspendidas en el aire brillen mientras danzan sobre sí mismas. Intento dar caza a alguna de ellas, todo en vano: estas se mueven más rápido que mis ágiles dedos. Es estúpido, lo sé. Aun así, cuando era pequeña me pasaba horas haciendo lo que estoy haciendo ahora. Era suficiente para entretener mi cerebro infantil, y por lo visto, ahora también es suficiente para entretener a mi cerebro adolescente.
Al poner una mano en alto, observo que está manchada de tinta negra. ¿Me he quedado dormida escribiendo? Busco la hoja en la que debería estar escrita mi versión de la canción. La encuentro en medio de dos cojines polvorientos de un sofá ancestral, que bien podría haber pertenecido a un faraón si los sofás de visco-látex existiesen en esa época.
La agarro para leer el principio. Vale, el primer intento de hacer lo que hacía mi madre ha sido un poco cruento, pero no ha estado mal del todo.
Escucho un ruido proveniente del piso de abajo, así que me largo de aquí antes de que descubran mi tesoro. Y no exagero, la música no es menos para mí.
Justo cuando la puerta de la habitación de mi hermana se abre, entro prófugamente en la mía.
Eh, un momento, un momento. ¡Ya es de día! Mi corazón empieza a retumbar dentro de mi caja torácica a una velocidad vertiginosa. El temido día ha llegado, no hay vuelta atrás.
Vuelvo a abrir la puerta de mi habitación, como quien se acaba de levantar tras una plácida noche, para dirigirme al baño.
Como todas las mañanas en mi vida, siempre soy la última en levantarme y por lo tanto, tengo que sufrir las consecuencias, es decir, esperar a que Arabella mueva su culo de delante del espejo.
—¡Sal de una maldita vez! —grito mientras me siento en el suelo, apoyando la espalda en la pared. Sé que esto va para rato.
—Podrías haber entrado tú primero si no te quedases pegada a las sábanas con tanta facilidad —me reprende—. Esta es una de las ventajas de tener una hermana-koala: jamás tengo que esperar —se ríe (siempre que se ríe me recuerda a un cerdo en sus últimos agónicos minutos de vida, y no lo digo porque sea mi hermana) como si hubiese hecho el mejor chiste del mundo.
Pues a mí no me hace ni pizca de gracia.
Doy pequeños golpes a la pared con mi cabeza, por lo general suele molestarle y acaba saliendo antes de lo usual. Esta no es una excepción, así que abre la puerta bufando como un toro.
Me levanto con una sonrisa de victoria en los labios y antes de entrar en el cuarto de baño, la miro.
El gesto de asombro que se forma en mi cara podría haber inspirado muchos cuadros abstractos.
—Ara, mi inocente y bella Ara, hazme un favor. ¿Me puedes explicar que llevas en la cara? —pregunto señalando una capa de maquillaje tan generosa que serviría para pintar el retablo de una iglesia barroca.
Frunce el ceño, preocupada.
—¿Es demasiado?
—¿Tú crees? —pregunto con sarcasmo—. Anda, ven— le digo, haciendo un gesto con la mano para que regrese al baño—, déjame arreglar el desastre que has hecho.
La obligo a sentarse sobre el borde de la bañera para poder desmaquillarla. A pesar de que protesta un buen rato, acaba obedeciéndome. Rímel, barra de labios rojo, delineador, sombra... ¿Qué es todo esto? Ella nunca se echa tantos productos cosméticos encima, de hecho, nunca se maquilla. Cuando termino de retirar los productos con una toallita húmeda pongo los brazos en jarras, esperando a que ella me diga algo al respecto.
—Deja de mirarme así —me suplica con cara de cachorro abandonado.
—¿A qué viene el maquillaje? —Hago una pausa y reparo en su ropa: una falda azul de tubo que jamás le había visto y un fino jersey blanco que transparenta su sujetador negro—. ¿Y la ropa? Esto no será por querer encajar en el instituto, ¿no? —pregunto arrugando la frente.
Se remueva incómoda, evitando el contacto con mi mirada.
Vaya, igual he acertado.
—¿Por qué iba a ser si no? ¡Por una vez quiero encajar, quiero que me acepten! —me grita de tal modo que parece que somos una pareja divorciada que está discutiendo por la custodia compartida de su hijo—. Siempre soy el bicho raro.
—Quiero, quiero, quiero —la imito haciendo un mohín—. No hace falta que cambies tu aspecto para encajar, eres preciosa tal y como eres. —Me detengo buscando las palabras adecuadas—. Seas o no un bicho raro a mí me caes bien.
Sonríe, a punto de insultarme, lo presiento.
—¿Sabes el mal rollo que da que digas que soy preciosa teniendo en cuanta que tenemos la misma cara? —Chasquea la lengua—. ¿Estás diciendo que te caigo bien? —Sé que me ha otorgado la razón y está empezando a bromear cuando se empieza a sacar la ropa—. Bueno, pero tú no cuentas, eres mi insoportable hermana.
Pongo los ojos en blanco.
—No somos idénticas, en realidad somos muy diferentes. ¿Alguna vez te has parado a mirar los ojos de tu amada gemela? Cada uno es de un color, a mí eso no es que me parezca muy atractivo. Además, el que seas más baja que yo y tengas pecas por las mejillas te hace adorable; todos los genes de belleza han recaído sobre ti. —confieso haciendo un retintín en la última palabra.
—No puede ser. ¿Me estás alagando? —pregunta llevándose las manos al pecho—. ¿Debería acostumbrarme a ello? —Sonríe, dando a entender que se le ha ocurrido alguna tontería—. Seguro que me has adorado todos estos años en secreto y tienes un altar en mi honor dentro de tu armario.
—Sí, es lo más probable —respondo echándola del baño.
Antes de que desaparezca de mi vista me lanza un beso.
Resoplo ante el espejo mirando mi cara de sueño y decido darme una ducha. Quizás pierda el autobús por ser tan lenta y así, tendré que esperar a mañana para morir asesinada a manos de adolescentes locos en un centro público.
Me dirijo a mi habitación con una toalla cubriendo mi cuerpo y con el pelo empapado. Ahora es cuando comenzaría el dilema sobre qué ponerme, ¿no? Pues no, abro un armario para coger lo primero que me encuentre, es decir: unas deportivas, unos pantalones negros y un jersey blanco.
Cojo mi mochila que tiene dibujadas estrellas de distintos tamaños y el reproductor de música que no se separa de mí bajo ninguna circunstancia.
Después, bajo a la cocina.
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El baúl secreto de Caos
Humor«La vida es una mierda» Esta frase sería la perfecta definición de lo que pienso de todo lo que me rodea si no fuese por la música. Si haberme mudado a la granja de mi antiguo pueblo con Carter y mi hermana fuese poco, la poción del desastre se com...