5. Castigos y recuerdos

29 8 0
                                    

La mujer continúa hablando mientras nos mira y analiza uno a uno. Antes de finalizar una serie infinita de sermones sobre las conductas inadecuadas más usuales en los centros de secundaria, posa su vista en mí. Su mirada aguileña me escruta minuciosamente de los pies hasta la cabeza con tal intensidad que estoy segura de que en cualquier momento le saldrán rayos X de los ojos que me dejarán achicharrada. Finalmente, decide dejar de asesinarme con la mirada y finaliza lo que parece su último sermón:

—Y es por eso por lo que tendréis que participar en la obra teatral que organiza el instituto para el Festival de Primavera anual del pueblo. Dentro de tres semanas.

Empiezan las protestas.

Os resumo lo que ha pasado en los últimos veinte minutos: hemos llegado al despacho de lo que ha resultado ser la subdirectora. Nos hemos colocado en fila delante del escritorio. Su siguiente movimiento ha sido colocar los brazos con las manos agarradas detrás de la espalda para realizar un extraño ritual de moverse a lo largo de la distancia comprendida entre su silla y la puerta. Quizás moverse así le diese la suficiente energía para reñir a un grupo de sacos de hormonas y acné. A continuación ha hablado sobre la importancia de la educación en la vida de las personas y de lo inmensamente afortunados que somos por poder recibirla. Después ha dicho que somos unos desagradecidos por faltar a las clases sin un motivo de mayor importancia y molestar al resto de los alumnos mientras hablábamos en el patio en lugar de entrar como hicieron otros chicos poco antes de que nos obligase a subir a su despacho. Y así, prosiguió con su perorata hasta que no le quedó más que decir.

—¿No podemos llegar a un acuerdo? Está claro que aquí ninguno de nosotros sabe actuar —mascullo a la vez que señalo a todos nosotros.

Una chica me abuchea ofendida. Parece ser que tenemos a la típica rubia de bote con el Síndrome Broadway, más conocido con el nombre de Complejo de Súper Estrella, es decir, aquel individuo que cree que llegará lejos en el mundo de la actuación cuando en realidad lo único que logrará será trabajar en una compañía de teatro ambulante alrededor del estado, eso si tiene suerte, sino acabará sirviendo almuerzos sobre patines en una cafetería local ambientada en los años sesenta.

Le devuelvo el abucheo convertido en una sonrisa.

—No, sin duda, no podemos llegar a ningún acuerdo. Nadie se ha ofrecido voluntario para ello, así que no me queda más remedio que sacar a los actores y demás de la aula de castigos —comenta apoyándose sobre su escritorio.

—¿Eso quiere decir que también vamos a estar en la aula de detención? —pregunta Edwin Límpiate-la-baba.

Se forma una mueca en su rostro. Creo que es un intento de una sonrisa malévola.

—Efectivamente —responde en un tono seco—, allí tendréis tiempo para organizar todo lo necesario. —Da una fuerte palmada con las manos—. De acuerdo, os quiero a todos en el aula de detención cuando terminen las clases y si no hay ninguna objeción podéis volver a vuestras respectivas aulas. —Todos se encaminan hacia la salida en fila india—. Excepto vosotras dos.

Esas "vosotras dos" se refiere a nosotras dos. Maldita sea.

Señala unas sillas de plástico para que nos sentemos y obedecemos sin dudar; estar con ella intimida más si no hay un grupo rodeándote.

Inicia otra vez su ritual de caminar con los brazos detrás de la espalda.

—Veo que no habéis empezado con mucho atino vuestro primer día... —Otra charla sobre la suerte que tenemos no, por favor—. Creo que no es preciso que os recuerde lo afortunadas que sois por poder recibir una educación, pero sí os debo recordar que en esta escuela no aceptamos a cualquier alumno, tiene que tener un buen nivel y un comportamiento ejemplar y digno de imitar. Sigo creyendo que sois ese modelo de alumno que estamos buscando y espero que lo de hoy haya sido solamente un pequeño desliz. Dicho esto, tomad las instrucciones —dice tendiéndonos un montón de papeles a cada una—, en ellas están los planos del colegio para que encontréis las aulas, los horarios, el nombre del profesor que imparte cada asignatura, las optativas... Espero que honréis a este centro con muy buenas notas. Buena suerte.

Dicho esto, nos echa de su despacho con la sutiliza propia de un rinoceronte.

—¿Preparada para sufrir la situación más bochornosa de tu vida? —pregunto ante la inminente presentación delante de lo que serán nuestros compañeros durante los meses que quedan de curso.

—Oh, vamos. He nacido preparada. Además, nada será más bochornoso que cuando Vincent me utilizó como conejillo de indias para su proyecto de ciencias sobre la evolución humana. ¿Lo recuerdas? —pregunta antes de estallar en una gran carcajada.

¿Cómo poder olvidarlo? Todavía vivíamos en la granja, un o dos años antes de mudarnos a una ciudad donde apestaban más los ciudadanos que el humo que emitían los coches (entiéndase la metáfora). Creo que estábamos cursando cuarto de primaria por aquel entonces. Arabella estaba colada por Vincent James Smith, un chico de un curso superior, con la lengua un tanto viperina, que aspiraba a recibir una paliza y acabar tirado en un contenedor de residuos orgánicos antes de llegar a secundaria.

El caso es que él estaba buscando a algún espíritu inocente, a poder ser que creyese en su "bondad" ciegamente, para realizar una ayuda visual para su trabajo. La víctima fue Ara y él el despiadado verdugo que se aprovechó de su lamentable condición de boba enamorada. La disfrazó de primate, de cavernícola y de camionero, delante de cientos de críos terriblemente crueles. Pero ella seguía teniendo fe en sus buenas intenciones y que algún día se casarían, tendrían cinco hijas y una mansión en la playa. El primer gran amor platónico de mi hermana acabó cuando al día siguiente de la feria de ciencias el mismo chico en el que había confiado sin pensarlo había empapelado las paredes del colegio de fotos de ella disfrazada de mono.

—Prométeme que jamás me dejarás repetir una estupidez semejante —me suplica agarrándome de los hombros.

Niego con la cabeza, con una diminuta sonrisa traviesa en los labios.

—Sabes que no te impediré hacer estupideces. Pagaría por volverte a ver disfrazada de camionero. No sé cómo lo habrá hecho Vincent, pero tenías más pelo en la espalda que en la cabeza. —La observo un rato con su cara de ira—. A todo esto, ¿qué habrá sido de él?

Nos detenemos delante de la puerta de nuestra aula.

—Hay dos posibilidades: que esté en el instituto que está en la otra punta del pueblo o que esté en este mismo centro. Sólo espero que de las dos, sea la primera opción, lo digo por su propio bien no por el mío, porque llevo planeando la venganza desde hace años —dice justo ante de girar el pomo de la puerta.

Allá vamos.

Espero salir viva.

---

¡Hey! ¿Qué tal todo? Espero que bien. 

Aquí llega otro capítulo de El baúl secreto de Caos.

Ya sabéis, siempre me gusta leer vuestros comentarios! C:

¡Un saludo!

El baúl secreto de CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora