Parte 1

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Abro los ojos y nada a mi alrededor es como debería ser. Todo ha cambiado, yo he cambiado. Hace tiempo que dejé de ser esa chiquilla que sonreía al ver una mariposa, hace tiempo que dejé de perseguir sueños. Incluso mis aposentos han cambiado. Ya no estoy en esa habitación cálida, con una chimenea encendida a cualquier hora. Ya no hay almohadas de plumas, ni perfumes en mi tocador, ya no. Ahora solo veo oscura piedra, unas velas y una cama de paja, lo único que es cálido aquí es la capa de piel de oso que llevaba puesta aquel día, aquel horrible y sanguinario día. Sacudo esa idea de mi cabeza. Me estiro para desenmarañarme y froto mis ojos azules, aunque aquí abajo ya no recuerdo como son ni como soy yo, en mi mente me imagino como la última vez que me mire en un espejo, aún como una niña, pero sé que he cambiado, aunque la imagen que me ofrece mi armadura no es lo suficientemente clara como para distinguirlo. Me levanto, y me duele la espalda del maldito colchón, le doy una patada, ¿podré acostumbrarme alguna vez a él?, no creo. Llevo más de ocho años durmiendo en él y me sigue doliendo hasta las pestañas al despertar. Me acerco a la silla donde está mi ropa, me visto rápido, hace mucho frío y me froto a mí misma para entrar en calor. Cuando consigo dejar de temblar salgo de mi habitación y voy directa al patio central. Allí me esperan cada mañana mis hombres. Es curioso pero una mujer, no demasiado alta ni masculina, les inspira más temor que cualquier hombre. Estoy orgullosa de mi reputación, me ha costado todos los cortes, golpes y cicatrices que hay en mi cuerpo, a parte de duro entreno y tragarme muchas lágrimas delante de ellos. Hace tanto tiempo que no lloro que no recuerdo la sensación, ahora en vez de llorar cojo mi espada y me enfrento a ellos, supongo que el día que conseguí cambiar mi llanto por mi espada todo cambio. Así que respiro hondo y entro en el patio, es grande, tiene una bóveda de piedra y en el centro hay un tragaluz. Es la única luz del sol que vemos, se agradece cada mañana. En el centro está Alan, mi mano derecha, aunque podría decir que también ha sido mi mano izquierda, mis ojos, oídos, y ambos pies, sin él no estaría aquí, ni viva, creo. Me acerco a él a través de unos veinte soldados que entrenan con espadas, lanzas y mazas.

-Buenos días Alan, ¿has dormido bien? -digo sin una pizca de alegría.

-Sí, gracias, ¿y vos, mi señora?

-¿Cuántas veces te tendré que decir que puedes llamarme Liana? -digo en tono divertido

-Una más mi señora. -responde como cada vez que tenemos esta conversación. Bufo desesperada, pero decido ignorarlo y centrarme en algo más práctico.

-¿Sabemos si han regresado ya los quince hombre que mandé detrás de esos Kapas negras? -intento ponerme al día lo antes posible.

-No, no han regresado y se retrasan, deberían haber llegado ayer al caer el sol.

-Dejemos que pase un día más, por si les ha salido algún imprevisto, sino enviaremos a Yann, es el mejor explorador, si se tiene que buscar una aguja en un pajar la encontraría con los ojos semicerrados. -digo recordando a mi primer amigo en las cuevas.

-Pobre Yann a pasado de buscar agujas con los ojos cerrados a semicerrados. -dice Alan en tono divertido. Me encanta verle sonreír, supongo que no lo hace a menudo y esas arruguillas que le salen al lado de los ojos le hace tierno y simpático. Mi mano derecha es como mi padre, por eso me siento como en casa cuando estoy con él. A parte es el único de aquí que le conoció. A veces me cuenta viejas historias, recuerdos que me ponen triste, pero en los que pienso cuando quiero consuelo, historias de otros tiempos, de otros mundos, de como se conocieron mis padres, de como se quisieron, "y tu naciste del amor, por eso eres nuestra reina", dice siempre, como si el amor fuera suficiente, como si con amor se fabricase comida, ropa, o se ganasen guerras. El amor no sirve de nada, pienso enfadada.

-Estaré en la sala central, si hay alguna noticia de Marcus y sus hombre házmelo saber de inmediato, ¿entendido?

-Claro mi señora, por cierto, os he dejado el desayuno en las cocinas, comer algo, si no os lo recuerdo os moriríais de hambre.

-Cierto Alan, ahora mismo iré, gracias.

-De nada mi señora, para eso estamos. -dice tranquilo, pero sé que en su voz se esconde una regaña.

Salgo del patio y me dirijo a las cocinas, no están lejos, ni son muy grandes. Hay varias chimeneas, pero solo se usan de día, ya que de noche la luz del fuego podría traernos algunos Kapas negras a los que tendríamos que matar sin piedad para que no nos delatasen. Estamos escondidos en estas cuevas hasta que seamos lo suficientemente fuertes como para atacar a... Se me va de la cabeza su nombre, no quiero pensar en ella, en esa maldita bruja. Cada vez que pienso en ella no duermo bien, tengo sueños de muerte, pena, odio, oscuridad y venganza, por eso ni siquiera pienso en su nombre ni en su rostro oscuro, con ojos de serpiente, ¡mierda! Ya estoy otra vez dejando a mi mente divagar, me centro en el ahora, cojo mi desayuno, y me como las tortas de avena casi de un bocado. Esto no ha cambiado, recuerdo a mi padre mirándome mientras comía, "Algún día te atragantaras con tu lengua. Ve despacio, los filetes se saborean, no se engullen." Decía sermoneándome. Que razón tenia, si hubiese sabido que no probaría un filete en seis años los hubiese saboreada, seguro que lo hubiese hecho. Pero todo eso pasó, ni filetes, ni pato con mermelada de arándonos, ni naranjas dulces, ni pasteles de queso... No, ahora solo avena, cerveza aguada, algo de pollo si tenemos suerte y huevos, ñam, que manjares, pienso con ironía. Entro en la sala central, está al lado del patio, es amplia, con una mesa central de madera oscura que no sé de donde ha salido, ya estaba aquí cuando llegué. Me siento en un lado, nunca presidiendo la mesa, y paso los dedos por encima de su superficie fría y pulida. Me veo tendida en ella el día que Alan me salvó, el día que nació la cicatriz en mi pecho. Casi muero en esta mesa, pero no lo hice, no morí porque tengo que volver a reinar las tierra de Elba, porque es mi deber quitarle esa corono oscura de su oscura cabeza, pero no se la arrancare con una oscura espada, no, ese día empuñaré la más brillante del reino, la brillo del infierno, la espada de mi padre, así podré devolver la luz a estas tierras sumidas en oscuridad, en lagrimas y hambre. Sentada en esta mesa siento que ese día se acerca, sé que estoy preparada para enfrentarme a ella, para enfrentarme a la oscura, pero ¿cómo? No tengo suficientes hombre como para enfrentarme directamente, no puedo plantarme en frente de sus murallas y esperar a que me abran las puertas. Puedo ir acabando con sus hombres poco a poco, pero cada vez tiene más. No sabemos que les hace, les embruja, o les posee, pero nunca había visto nada como un Kapa negra, cuando lucho con uno parece que luche con ella directamente, parecen sus hijos, dicen que les toca y ya son suyos, la gente del pueblo han visto a hombre buenos, volverse malvados en sus manos, ¿cómo puedo luchar contra eso?, Dios, si yo misma la vi arrancarle el corazón a mi padre sin espada ni cuchillo, solo con sus mano. Tiemblo solo de pensarlo, una ola de dolor me invade el pecho, no puedo respirar, y busco en mi mente ese rincón seguro al que recuro en estos casos, dejo que cada vez se haga más grande, hasta que la sensación de odio desaparece.

Tierra OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora