Parte 4

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Sacudiendo la cabeza vuelvo a la realidad, no puedo quitar mi cara de sorpresa, me siento desconcertada, impresionada, cansada, es un cúmulo de sensaciones que no puedo explicar. Noto que mi cuerpo deja de hacer fuerza, dejo que el pie que tengo encima de su mano se relaje. Doy un paso hacía atrás, jamás pensé en volver a verle. El día que tuve que huir del castillo le dejé allí. Me sentí culpable durante mucho tiempo, en realidad me siento culpable ahora. Él me mira con sus ojos muy abiertos, por su expresión parece que haya visto un fantasma, y de repente, mirándome desconcertado dice mi nombre.

-Liana. -su voz suena sorprendida, oír mi nombre es sus labios me provoca paz, una sensación curiosa si estás cubierta de sangre y aún oyes las espadas reñir. Se intenta levantar, pero de repente mis hombres le cogen por los brazos. Kara lo tiene cogido por la derecha, Alan por la izquierda y Saul le pone su cuchillo al cuello, entonces sin pensármelo dos veces grito.

-¡No!, no le matéis, le conozco.

-Es un Kapa negra, Mi señora, no podemos dejarlo con vida. -me dice Alan mirando sin saber que pasa.

-Saul quita ese cuchillo de su cuello. -digo de forma imperiosa, él me obedece al instante.

-Alan, tomarlo como prisionero y por Dios quitarle esa maldita ropa, darle algo normal. ¿O es que acaso no lo reconoces? –Alan lo mira de nuevo. Su boca se abre levemente.

-Sí, mi señora. -dice Alan, aunque no le veo muy convencido y me mira sorprendido de mi decisión, nunca he dejado vivir a ningún demonio, y él, por sus ropas lo es, pero no puedo matarle, yo soy la culpable de que este vestido de negro. Miro como Alan le ata las manos a la espalda. Él sigue mirándome hasta que Alan le ha arrastrado tan lejos que ya no consigo verle. De repente me noto muy cansada, la batalla me ha dejado destrozada, estoy llena de sangre. Necesito un río, o un lago, o simplemente un cubo de agua, sin dar explicaciones me alejo del campo de batalla, hemos ganado, si perder a unos quince hombre, fuertes y decididos, puede decirse ganar.

Ando por el bosque, aún estoy atontada de los acontecimientos, un cúmulo de sensaciones me invaden la cabeza, y ver la muerte nunca es fácil, necesito tiempo para reponer mis heridas, aunque ahora solo me palpita la cabeza con horror, gritos de ataque, hombre cayendo, y muerte. Lo más sorprendente es que entre toda esta muerte me encuentro con él, me enfrento a él, no entiendo nada y de repente oigo el sonido del agua, el río está cerca, así que acelero el paso, casi estoy corriendo. Siento el viento frío en mis manos y mi cara, empiezo a quitarme el arco del hombro, el carcaj y la espada. Ya veo el río, mi impaciencia por sentir el agua fluir por mi cuerpo me hace tropezar, me levanto rápida dejando allí mismo mis armas, me desvisto lo más deprisa que puedo. Hace mucho frío, pero me gusta sentirlo, es real. Me sumerjo en el agua, siento como todo se disuelve, la batalla, la muerte, la sangre, la ira con la que lucho, todas las caras de aquellos a los que he matado, mi pena, mi odio, todo. Todo excepto una cosa, sus ojos verdes, abiertos, sorprendidos, perfectos.

Apoyo los pies en las piedras musgosas del fondo del río. Salgo a la superficie, me deshago la trenza y me froto muy fuerte para quitarme los restos de sangre y entrar en calor. La sensación de libertad al bañarse desnuda en un río es increíble, me permito disfrutar de ella unos minutos, mis hombre tiene trabajo que hacer, no se irán sin mí. Cuando mi piel empieza a estar morada de frío salgo del agua, intento lavar mi ropa con hojas de helecho mientras me seco y me congelo. Cuando la ropa está lo suficientemente limpia me visto, me trenzo de nuevo el pelo, recojo mis armas desperdigadas por el borde del río, y empiezo a andar en dirección al camino. Entro en calor. Ahora viene lo peor; quemar a los cadáveres, consolar a los vivos, enfrentarme al único Kapa negra que he dejado con vida y averiguar el por qué lo he hecho, ¿por qué le conocí hace ocho años?, puede haber cambiado tanto en este tiempo que ese motivo no es lo suficientemente fuerte como para dejarlo vivir, ¿por qué cuando me fui del castillo le añoré como si me faltara un brazo o una pierna?, puede que sea eso, puede que al recuperarle, al verle de nuevo haya recuperado una parte de mí, de mi pasado que creía muerta.

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