Capítulo 1 "La escuela de arte"

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Era ya entrado el verano y los rayos de luz se colaban por la pequeña rendija abierta, en la ventanilla trasera del llamativo taxi amarillo. Sam, inquieta, no dejaba de tamborilear en sus rodillas con un lápiz de dibujo medio mordido, deseando llegar ya a su destino: la escuela de artes , donde pasaría todos los días del resto del verano como alumna interna. Samanta era una chica de unos 15 años, alta y esbelta, por lo que casi siempre le sacaba la cabeza a todo el mundo y la tachaban en muchos sitios con un apodo nada ingenioso como jirafa o cuellilarga. Pero a pesar de todo conservaba una figura atlética por su amor al deporte. Además siempre llevaba su inseparable trenza color avellana, la cual le llegaba a la altura del ombligo.

-Señorita, ya hemos llegado- le informó el taxista mientras se detenía justo en la entrada del edificio.

-Cariño, recuerda coger tu bolsa, la maleta y las llaves de casa por si quieres venir a visitarme.- era su tía, que la acompañaba para despedirse de ella.

-Si tía Step, no te preocupes, ya lo tengo todo- intentó tranquilizarla Sam- todo va a ir bien.- continuó, aunque esa parte no estaba muy segura de si era para ella o para sí misma.

-Recuerda atender en clase, pasartelo bien y se amable, seguro que conoces mucha gente- Hizo una pausa para coger aire- Y como vuelvas este verano con novio, recuerda que tu tío es capitán en una base militar- dijo con cierto tono burlón en su voz.

-Si señor, recibido, nada de novios hasta los sesenta, señor.- contestó haciendo un saludo militar.

Tras esa pésima imitación las dos estallaron en carcajadas hasta que el taxista, cansado de esperar, las interrumpió con cara de pocos amigos.

-Señora, el taxímetro sigue corriendo y no tengo toda la tarde

Ella se despidió de su sobrina por ultima vez y desapareció a lo lejos montada en el coche.

Sam agarró el asa de la maleta y se colgó su bandolera al hombro, cuando se volvió y vio el edificio se quedó atónita. Esa imponente construcción estaba constituida por tres edificios, uno principal y dos más a ambos lados. El central destacaba por la gran cúpula de cristal que se alzaba sobre su tejado. Y al igual que los otros dos, estaba formado por columnas en la planta baja, y enredaderas que se extendían junto con sus hermosas flores blancas por el segundo piso. Avanzó lentamente por el sendero de piedra dirigiendo su mirada a todo cuanto la rodeaba para no perder detalle hasta que llegó a la entrada. Al atravesar la puerta, no le sorprendió encontrarse en el interior del edificio, el mismo estilo clásico que en la fachada. Todo columnas y grandes ventanales, algunas con vistosas vidrieras de colores claros casi imperceptibles si no te fijabas con la suficiente atención en ello. Además estaba todo lleno de gente con maletas, mochilas, etc, que iban de un lado a otro igual de perdidos que ella, lo cual le consoló un poco.

Tras averiguar cual era su habitación y descubrir como se llegaba, después de preguntar a un par de personas que no aparentaban estar tan perdidas como el resto, encontró la puerta correcta. Era de un color celeste y estaba compuesta por dos camas simples de sábanas blancas, una a cada lado; un largo escritorio de madera tan largo como la pared más alejada de la puerta, una ventana sobre éste, y lo que parecía ser un pequeño armario. Tras el cual se ocultaba una melena rubia que poco después se acercó tomando la apariencia de una simpática joven.

-Hola, soy Jessica, tu compañera de habitación. - Sam se tomó un momento para mirarla. Era menuda y delgada. Su cabello iba recogido en una coleta alta y vestía una falda skater rosa palo, conjuntada con una blusa azul turquesa y unas vans blancas de plataforma, que le hacían ganar unos pocos centímetros.

-Encantada, yo soy Sam- le contestó empujando su equipaje hacia una de las camas. Jessica se la quedó mirando como empezaba a deshacer la maleta y entonces, preguntó:

-¿De qué curso eres?- la joven se volvió y la miró con una expresión confundida. "¿Es que hay más de uno?" Automáticamente y como si ésta le leyera la mente, Jessica prosiguió.- Dibujo, fotografía o música. Esos son los tres cursos que hay, por lo que veo es tu primer año aquí.

Samanta asintió.

- Soy de dibujo

-¡Que guay!, ojalá yo pudiera dibujar bien, no se dibujar si quiera una línea recta. Yo soy de fotografía- exclamó sacando una cámara polaroid de su maleta.

Tras deshacer la maleta y hablar un poco más con su nueva amiga, Jessie se ofreció voluntaria para enseñarle la escuela, ya que ella llevaba ya dos años. Samanta, hasta el momento había observado que la escuela poseía un observatorio, situado en la cúpula que tanto le había llamado la atención y varias salas relacionadas con los tres cursos. Pero algo en particular reclamó su atención en cuanto llegaron al vestíbulo.

-¿Qué hay detrás de esa puerta?- Preguntó refiriéndose a una gran puerta de madera vieja cerrada por un candado, la cual parecía ser invisible para el resto de la humanidad.

-Es el ala este de la escuela, está prohibida la entrada a todo el mundo, incluso a los profesores- el tono en su voz era despreocupado, como intentando restarle importancia, pensó Sam. Pero era demasiado curiosa y quería saber un poco más sobre el tema.

-¿Por qué, hay... algo peligroso?

-No lo sé, como te acabo de decir, nadie tiene acceso a esa parte del edificio. Menos el director, claro.- hizo una breve pausa- de todas formas, hay varias leyendas sobre lo que se oculta tras esa puerta. Pero no las hagas caso, todas son falsas e inventadas por los más veteranos aquí, para meterles miedo a los nuevos como tú.

Sam quiso decirle que ella jamás se creería una cosa así, que no conseguirían asustarla con un par de cuentos inventados por una panda de chicos aburridos sin cerebro. Los cuales preferían asustar a la gente y mofarse de ellos, que, como la gente normal, salir a tomar un batido, ir a patinar o algo por el estilo. Pero prefirió callárselo, dado que era la única persona que conocía, y no quería empezar con mal pie.

-Entonces la puer...- a mitad de la frase, un ruido estridente la interrumpió, taladrándole los oídos con el sonido de un timbre. Pero ¿qué podía significar aquello? ¿Fuego? Enseguida descartó esa opción, ya que no olía a humo y la gente avanzaba lentamente y sin preocupación hacía sus respectivos dormitorios. Dedujo que podría ser el toque de queda, y al instante confirmando sus sospechas Jessica se señaló su reloj diciendo:

-Es el toque de queda, se da todos los días a las once en punto de la noche, menos los sábados y domingos, que se aplaza una hora más por ser fin de semana y no haber clases.- aclaró como si estuviera recitando de memoria un manual de instrucciones.- ¿vienes?

-Si, ahora voy, tú adelántate- y sin apartar la vista del candado, avanzó con paso lento hacia él, mientras Jessica desaparecía sumiéndose en la oscuridad del largo pasillo a sus espaldas.

Alzó la mano y se sintió atraída por el candado, como si le estuviera diciendo "ábreme". En cuanto las yemas de sus dedos rozaron el metal, un pequeño escalofrío le recorrió todo el cuerpo y poco a poco, sin saber cómo, primero los dedos, luego la mano entera hasta llegar al brazo...atravesaron la puerta junto con el candado. Una mezcla de miedo, asombro y curiosidad se apoderó de ella, y apresuradamente retiró la mano. Se quedó unos minutos inmóvil, mirándose el dorso de la mano, incrédula y totalmente pálida por lo que acababa de ver. A continuación se fueron apagando las luces una tras otra, y Sam decidió volver a su habitación y consultar lo ocurrido con la almohada. Si podía atravesar uno de sus brazos la puerta, ¿podría su cuerpo entero?

Los pintores del tiempo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora