Anidando una fantasía peligrosa

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Cuando mi madre murió fue la última vez que visite a mi abuelo materno, él vivía en una ranchería denominada la Angostura; era un lugar muy lejano en las zonas altas de Puebla donde se veían zonas de cultivo o regiones boscosas hasta donde la mirada podía; el camino no estaba en muy buenas condiciones y la ranchería más grande estaba a una hora o el pueblo más cercano a dos.

La Angostura era un lugar privilegiado al contar con un río a escasos metros de las casas, siempre que iba me parecía demasiado callado para mi gusto pues el pequeño poblado apenas contaba con unas trece casas y unas tres calles empedradas.

Ahí la mayoría de la gente eran personas grandes de edad; que se habían resistido a escapar de ese lugar que poco a poco se apagaba. Mi abuelo era uno de ellos y mi madre no intentó persuadirlo de marcharse porque decía que se marchitaría lejos de ahí, en su lugar lo visitábamos seguido para escuchar sus historias y convivir.

La última vez que vi el lugar era verano y todo estaba verde, frondoso o lleno de vida. Pero a mí me dolió mucho encontrarlo en tal estado porque quería que el mundo estuviera tan triste como yo por la muerte de mi madre.

Al darle la noticia, mi abuelo lloró de pena, su esposa y su hija ya lo habían abandonado. Insistí en que viniera a vivir conmigo sin buenos resultado, en su lugar me pidió que no lo visitase más para marcharse con calma.

A los tres meses mi padre me informó que mi abuelo había fallecido por una gripe, no sé si eso pasó realmente y la idea de que el rancho siguiera en pie pareció imposible pero en mi sueño se figura muy prometedor, el lugar perfecto para vivir.

Poco a poco fui despertando, era de tarde pues el sol pasaba a través de la tienda con poca intensidad, con pereza me senté para despertar mejor y vi a Laura acostada en su espacio, con los brazos atrás de la cabeza.

—Ya despertaste, al fin— exclamó con la vista al techo.

Vi que mis ropas habían sido cambiadas, ya estaba limpia y con un vendaje adecuado en mi brazo. Laura se sentó para verme a la cara, su enorme sonrisa era pícara aunque no sabía porque, yo me sentía confundida así que empecé a hacer preguntas de lo que había ocurrido después que me desmaye.

—Bueno, cuando te desmayaste lo único que podíamos hacer era traerte aquí y eso hicimos. Todos pusieron unas caras mezcla de sorpresa y miedo. No los culpo, nos veíamos bastante perturbados; con sangre en todo el cuerpo y a ti cargando inconsciente— hizo gestos de asco.

—Nos auxiliaron en cuanto se recuperaron de la impresión, de acuerdo a lo que nos explicó Edith es probable que tu presión bajara tanto para desmayarte resultado de dormir mal, comer poco y el estrés que viviste ese día. No podemos estar seguros; porque Edith solo sabe unos cuantos primeros auxilios pero eso es lo más cercano a una explicación que podrías tener— exclamó encogiéndose de hombros.

Me incorpore y salí de la tienda, moría de hambre porque de acuerdo a lo explicado por Laura llevaba durmiendo una noche y casi un día, me sentía mucho mejor así que decidí unirme a la comida con el resto, los demás me dieron la bienvenida y no dejaban de mirar la herida en mi brazo (tal vez pensaban que había sido mordida); llevaba una playera negra de tirantes por lo que el vendaje era muy visible. Oscar se sentó a mi lado en silencio, note que estaba molesto pero preferí ignorar su presencia durante la comida.

Mientras comía no podía dejar de pensar en lo acababa de pasar y me dieron ganas de llorar aunque me contuve, al terminar Edith me pidió que la acompañara a su tienda para cambiar mi vendaje, de ese modo fue que evite hablar con Oscar quien en cuanto me vio terminar de comer intentó llamar mi atención.

Edith desinfectó la herida que al parecer no era tan grave como originalmente pensé. Su rostro reflejaba una paz y seguridad envidiable por eso me atreví a cuestionarla sobre cosas que rondaban mi cabeza.

Viviendo entre muertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora