Adaptación al ambiente

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Los primeros dos días fueron complicados porque la gente era extremadamente callada y sin explicación nos cambiaban de una labor a otra; para colmo, se separaban a los hombres de las mujeres al dormir por lo que en esos momentos de desconfianza con el otro grupo nos ponía vulnerables, las otras mujeres eran algo hostiles excepto con Beatriz, pues dada su tragedia la gente era más dulce con ella (que era mucho decir).

En cuanto a Nancy, Laura y yo, no paraban de murmurar a nuestras espaldas; a los hombres tampoco les era fácil la convivencia pues de acuerdo a Oscar al principio habían tratado de intimidarlos pero al ver la resistencia de él, Cristian y Marcos se habían retractado aunque eso no significó que los incluyeran en su círculo.

Al que parecía agradar esa indiferencia era a Cristian, quien obedecía sin protestar pero que había conseguido una auditoria para los señores Salvador y Max que por su parte lograron convencer al capitán Saún (al parecer el líder) de mandar un equipo de reconocimiento antes de decidir si marchaba a la ciudad.

Lo triste era que de momento éramos prisioneros pues consideraban que dejarnos ir podría ser peligroso (¿para quienes? No se especificó) e intentar una escapatoria era una idea demasiado arriesgada, además, aparte de su particular estado de ánimo no intentaban dañarnos.

En estas condiciones fue que se me entregó la tarea de registrar en un libro de cuentas del almacén: que había, como se distribuía y un etc. Todo se anotaba en hojas sueltas con una pésima caligrafía. Por ello, mi tarea era anotar lo que había en esas hojas, de principio parecía un verdadero caos porque todos los que se habían encargado de crear el sistema ya habían fallecido y justo cuando nos encontraron, él ultimo acababa de fallecer, la mayoría de las cosas importantes eran decididas por los militares así que solo debía pasar lo que me entregaban en la libreta. Adicionalmente debía cooperar en la cocina y ayudar a la doctora Wallace (la mujer rubia) en lo que ella me solicitara.

Aquel día intentaba avanzar en lo del cuaderno por lo que me quede en la sección de costales en un pequeño espacio donde podía pasar las notas con la mayor privacidad posible.

- ¿Qué haces? - cuestionó Cristian a espalda mía haciendo una sombra.

Su voz aún me ponía nerviosa, con todo lo ocurrido no había tenido la oportunidad de charlar con él correctamente, así que dejé la libreta para verlo; Cristian se acercó y entrelazó su mano con la mía pues era un chico tímido a pesar de parecer tan rudo frente a los demás. Entonces se me ocurrió tomarlo por sorpresa y besarlo en los labios, ambos sonreímos después de eso, era curioso como poco a poco nos íbamos conectando, conociéndonos con nuestros actos; Cristian se había vuelto más abierto en los últimos días mientras yo conseguí perder la pena.

Nos sentamos en el suelo luego de separarnos ya sin tocarnos, entonces se me ocurrió comentarle lo que me había pasado ese tiempo con todas mis inquietudes, mi boca no paraba de moverse pero a él no le molestaba en absoluto. Una vez que exprese todo lo que quería quise escuchar su propia opinión y descubrí que Cristian encontraba la situación irritante aunque la forma en que lo había manifestado le había dado la llave para acceder al ejercito como guardián o vigilante, además de que no consideraban peligrosas sus flechas, algo muy risible para él porque podría matar a varios a de ellos antes de conseguir someterlo o asesinarlo.

La idea de su muerte no me agradaba para nada por eso no pude evitar pedirle que no hiciera nada peligroso, lo que me obligó a preguntar por su herida que sanaba bastante bien.

Pronto tenía que ir a ayudar con la cena, no quería separarme de él, cada vez que estaba a su lado el tiempo se pasaba rápido e igualmente para Cristian, me sonrió de un modo peculiar pero tan seductor que sentí un vuelco en el estómago, me besó de modo despacio aunque bastante apasionado.

Viviendo entre muertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora