10. Una reina y una perra

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10. Una reina y una perra

Cuando Max se estresaba, iba a su propia casa en la playa que secretamente había comprado con todo el dinero de cumpleaños que había ahorrado, y se relajaba mirando las olas con una taza de café en pleno atardecer.

Tenía la vida de una reina, con mayordomos y criadas que la consentían a su antojo, todo el dinero que podría desear para comprar toda la ropa de marca, más de siete autos a los que presumir en Los Hamptons e Ibiza...

Pero habían veces donde el dinero no compraba su felicidad, y necesitaba alejarse de la riqueza a disfrutar del silencio.

Ya se acercaba el anochecer y el frío comenzaba a apoderarse del ambiente, estremeciendo su piel agradablemente. Solo tenía un suéter gris de André y bragas rosas con medias hasta las rodillas, su cabellera chocolate atada en un desaliñado moño y rostro libre de maquillaje. Estaba en su zona de comfort, donde no podía ser juzgada por ningún ser humano. Eran ella, su cuerpo y su corazón.

Entró a su habitación dejando las puertas corredizas abiertas, despojándose de su ropa sin tener cuidado en dónde caía y entrando al baño, donde un jacuzzi caliente lleno de burbujas la esperaba. Las velas aromáticas le daban un toque sensual, junto con un bowl de fresas con chocolate y una botella de champán. Gimió de gusto cuando el agua chocó contra su cuerpo, cerrando los párpados al saborear la dulzura de las fresas.

Amaba consentirse de esa manera. Todos tenían el derecho de mimar su cuerpo y ella lo hacía cada vez que podía.

Pero aunque su exterior estuviera en paz, su interior era un remolino de pensamientos.

Sentía que André estaba bien donde sea que estuviese. Era un chico listo con faceta de mujeriego, un estratega de primera y muy buen deportista. Sí, tenía apenas quince años, pero su madurez y liderazgo eran de un hombre y no de un chiquillo.

Podía escuchar su teléfono recibir un mensaje tras otro y una llamada tras otra. Intuía que la mitad eran de chicos lindos invitándola a alguna fiesta y el resto de su equipo de la CIA. Pero no estaba para nadie. Necesitaba tomarse un momento, reiniciar y pensar con la mente fresca. 

Ya en su cama con otro suéter de André calentando su cuerpo, examinaba unos archivos que contenían datos de su próxima misión: Genevieve Casablanca, viuda que había heredado millones de su difunto esposo Fernando GianLuque, un narcotraficante asesinado por alguien cuya identidad se desconocía. Genevieve siguió con el negocio de su marido, pero también comenzó el tráfico de armas y de humanos. La sociedad la aclamaba por su sofisticada apariencia, asistiendo a bailes y eventos de caridad para hacerles creer que era un ser humilde y compasivo.

Pero solo era mierda publicitaria.

Tenía toda la vida de la mujer en esos documentos, desde que había imigrado de Francia hasta su asistencia en el Desayuno Blanco en hogar de Francisco San Martin el día anterior. Tenía tarjetas de crédito, pasaportes, cuentas bancarias, contactos de todos los criminales con los que se reunía, sitios alrededor del mundo a los que frecuentaba, amantes, escasas amistades...

Y tenía la cuartada ideal para recuperar la gema que Genevieve había robado meses atrás: 

Una gala de beneficencia en el Museo Histórico de Londres en cuatro días, donde se infiltraría como invitada, entablaría conversación con Genevieve, la drogaría y le quitaría la gema del cuello. Era un plan sin fallas, perfectamente ejecutado.

Solo tenía que esperar 96 horas.

Suspiró, sería una larga semana.

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Bad Girls © (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora