Ambrosetti

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Alex apretó el gatillo.

Una.

Dos.

Y tres veces.

En busca de un sonido que eclipsara el torbellino de sus pensamientos.

Los casquillos eran un eco que resonaban tintineantes al chocar contra el piso secamente. Tres pasaron a cinco, luego de cinco a diez, y ahora más de una docena de balas yacían a sus pies, rodeando sus tacones negros Jimmy Choo.

Recargó y disparó repitiendo el proceso hasta que ya no sintió los dedos rodear el arma. Su frente y pecho sudaban, con la respiración entrecortada y un intenso dolor de cabeza que amortiguaban el ruido incesante de su jodida mente.

¿Su preocupación? Su hermano.

Alexandria contaba con dos hermanos menores, Gino y Giancarlo, ambos gemelos y a la vez tan opuestos entre si, con personalidades repelentes y difíciles de compatir. Gino era el sensible de los tres, el alma más pura de los Ambrosetti, con su tierna sonrisa y su noble corazón que derretía a cualquier chica por tanta dulzura. De amables ojos azules y pelo cobrizo, era un encanto andante de dieciséis años que vivía lo suficientemente lejos de la oscuridad de la familia para no opacar su luz.

Giancarlo era la oveja negra, tóxico y misterioso, con un aire de peligro rodeándole y un vacío en su mirada grisácea difícil de llenar. Siempre actuando a escondidas, empleando negocios secretos...

Hasta que finalmente desapareció hacía dos días.

Los Ambrosetti venecianos gobernaban NYC junto con otras cuatro familias: los D'Angelo (sus primos sicilianos), los Emilietti (parientes lejanos de Verona), los Rossetti (aliados de Roma) y los Larusso (amigos de Turín). Todos habían reemplazado a los antiguos líderes newyorkinos,—mejores conocidos como las Cinco Familias—.

Los Bonanno, Colombo, Gambino, Genovese y Luchesse.

Su padre, Fabrizzio Ambrosetti, ocupaba el lugar de Vincent Gigante (quien solía ser el líder de los Genovese, la familia más poderosa de los Cinco), durante los últimos diez años, al haber sido derrotados junto a sus aliados por enemigos rusos con los cuales tenían firmado un tratado de paz desde entonces para evitar aquella disputa.

—Vas a matar a alguien, Evangeline. Relaja esos nervios, linda —Alex apenas fue capaz de sonreír levemente, en un ligero temblor en la comisura de su labio curvado hacia arriba, y luego volviendo a su expresión neutra y tensa.

—Lo haré cuando lo mate con mis propias manos, Iglesia.

El nombrado sonrió con cariño, acercándose a la chica y besándole la sien, para luego masajear su entrecejo fruncido con el pulgar para relajarlo. Alex finalmente sonrió agradecida a su mejor amigo.

El moreno de mirada oscura y tez pálida, vestía un suéter azul que sobresaltaba sus pecas alrededor de la nariz y hacía más profundos sus ojos negros.

—Dame el placer de molerlo a golpes, principessa. Lo haría con gusto —Ángel le guiñó un ojo juguetón y ella rió por primera vez en cuarenta y ocho horas de entera agonía.

—Eso no lo dudo, il mio servo, pero el desgraciado y yo compartimos genética, sangue scorre nel sangue —Gruñó, haciéndose un moño rubio cenizo desaliñado en la cabeza mientras salía de la sala de tiro.

—La sangre corre por la sangre —citó Ángel siguiéndola a través del laberinto de pasillos del edificio, probablemente en vía a la sala de comando—. Lo entiendo, il mia principessa, pero que se encargue Tony. Ya tienes mucho en tus hombros como para encargarte de otro problema más.

Bad Girls © (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora