21. Entre depredadores

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Museo Histórico de Londres,
Londres, Inglaterra.

La mano cerrada alrededor de su muñeca aflojó el agarre, y poco a poco fue retrayendo el brazo, asegurándose de que la Ferrari no cometiera alguna estupidez una vez sin ataduras de por medio.

Max, congelada en su sitio y con una chispa de furia hirviéndole en el centro del pecho, volteó la mirada para analizar al individuo y partió los labios en absoluta sorpresa.

- Tú.

La nombrada mostró una radiante sonrisa bajo labios carmesí, los cuales se humedecieron de licor al darle un trago a su margarita. La melena rubia de cabello le caía sobre un hombro, peinado en sedosas ondulaciones tan perfectas que cuestionarías si no era parte de una campaña L'oreal . Un vestido de seda dorado le abrazaba con gracia las curvas y lugares adecuados, dejando a la intemperie la pierna izquierda gracias a una abertura que dejaba esta a total disposición para el ojo ajeno.

Una uña pintada de rojo voló por debajo de su barbilla, con la intención de hacerla cerrar.

- Pueden entrar moscas, Maxine - dijo con ese marcado acento italiano con el que a veces su padre hablaba por mero descuido. Las raíces de Max eran, en realidad, pura Italia, pero sus padres se habían conocido y enamorado en América, y como en esos años las estadísticas de actividades criminales iban en aumento, acordaron no regresar a su país natal hasta que se calmaran las aguas. Pero ellos nunca volvieron, y Max y Cassandra se criaron como cualesquiera otras americanas.

La morena reconoció a la chica sin tener que detallarla dos veces. Era de esas con las que simplemente bastaba un vistazo de reojo para jamás poder borrarla de tu mente, pues tenía esa aura singular (atrayente y misteriosa) envolviéndola, que resultaba ser abrumadora a simple vista.

- Ambrosetti - gruñó Max, casi por reflejo, tensando el cuerpo e irguiendo la postura.

- Ferrari - Alex decidió jugar, con un tono divertido ante la actitud retadora de la morena. En realidad, en su mente, parecía un perrito tratando de lucir intimidante -. Qué extraño encontrarte en eventos como estos.

- Podría decir lo mismo, estás muy lejos de Nueva York.

- Y tú de Los Ángeles - Tuvo la osadía de acercarse a tal punto que excedía lo cómodo para Maxine, pero la escapatoria, desgraciadamente, no parecía ser una buena opción. A su espalda, una pareja le cortaba el paso, y mera la idea de volver donde Genevieve con las manos vacías era ponerse a si misma en el ojo del huracán. Alex, por el contrario, no se percató de la repentina incomodidad de la Ferrari, o prefirió no darle importancia -. La misión debe ser muy importante como para haberte asignado a territorio británico.

La chica volteó a su espalda, por si la pareja había escuchado parte de la conversación, pero estos estaban pendientes entre ellos en una feliz batalla de lenguas, en su propia burbuja de calentura.

Finalmente, se volvió hacia Alex, mascullando:

- Eso es clasificado y para nada de tu maldita incumbencia. ¿Qué quieres? - Tenía que ir al grano, cada minuto que pasaba el reloj de arena se hacía cada vez más pequeño. Tenía los segundos contados, y curiosamente Marie no le gritaba en el oído para que se diera prisa.

Debió de haberse tomado un break para ir al baño.

Una vez más, divertida por su reacción, la Ambrosetti apoyó los codos en la encimera de vidrio luminoso, con la copa de bordes espolvorozos en los dedos y los anillos de piedras preciosas brillándole al ejercer la acción.

- Sólo venía a saludar, no hay por qué ponerse hostiles - formó un puchero en fingida inocencia.

- Corta el acto - Era conocida por su escasa paciencia, y la Ambrosetti no ayudaba en la exasperación que se acumulaba como pólvora a punto de hacer mella -. ¿A qué viniste exactamente?

Bad Girls © (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora