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Miraba hacia los lados impaciente, cruzada de brazos y taconeando con la punta de los pies en la acera. "Si te hace esperar no merece la pena", le decía muchas veces su madre.

Llevaba un vestido blanco corto y ajustado, de tirantes y con abertura en la espalda. Tacones negros de plataforma que resaltaban su cuerpo delgado y los labios pintados de rojo sangre para destacarlos. El pelo ajustado con una trenza fina y suelto por detrás, con ondas. Se había puesto muy guapa para la ocasión. Carlos le había parecido un chico encantador en el centro.

Le había dicho que esta noche quería conocerla e invitarla a algo. Ella, como no, aceptó entusiasmada. Pasó un coche y se paró a su lado. Se bajó la ventanilla y un tipo lleno de piercings por toda la cara le guiñó un ojo y se relamió.

-¿Quieres venirte conmigo, nena?

Nadia no tuvo tiempo a responder, pues un coche pitó tras este. El tipo miró por el retrovisor malhumorado y siguió la carretera sin despedirse.

-¡Carlos!- se alegró Nadia al ver que el que había pitado era él.

-Menudo gilipollas...-murmuró- Venga sube, voy a aparcar por el otro lado.

Nadia subió y le contó lo entusiasmada que estaba de poder quedar con él y conocerse esa noche. Él sólo sonreía.

Aparcaron cerca de una discoteca. Nadia no había entrado nunca en ella, pero lo siguió sin preguntar.

Cuando estaban entrando, Carlos la miró y la tomó de la mano. ¡Había cientos de personas!

-No te separes de mi, guapa- le guiñó un ojo- No me gustaría que te perdieras.

La chica miró fuera, antes de que se cerrara la puerta, qué raro no ver a Aitor persiguiéndola como siempre. Se encogió de hombros, apretó la mano de su acompañante y se dejó guiar por la sala.


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