Estuve unos segundos debatiendo si abrir los ojos o no. Había tantas cosas a las que no quería enfrentarme en ese momento: mi madre, mi padre, el instituto, Dani, Paolo...
Me concentré en las sensaciones que emitía mi cuerpo. El dolor no se podía comparar al que sentía unos ¿minutos? ¿días? antes. Podía sentir un cosquilleo constante en la cabeza y una leve molestia en el tobillo.
Gracias karma, porque no me lo merezco. Me lamenté en mi interior.
Todo ese lío era culpa mía. Yo había provocado a Dani sin saber que era un monstruo. Jamás me habría imaginado que reaccionaría así por un estúpido plan de venganza. ¿Acaso lo pensé? Yo solo quería que se sintiese igual de mal que yo cuando encontré a La Post-it en su casa, o cuando le vi besándose con la rubia, es decir, desgraciado. Y funcionó, pero no como debía haberlo hecho. En vez de irse a llorar a una esquina –que es lo que yo hubiera hecho- esperó a que estuviera sola para poder lanzarme unos dardos cargados de veneno. Y yo como ingenua que soy, decidí encararle y salir herida a pasar de sus necios insultos y quedar ilesa. Me importaba más de lo que me gustaría admitir lo que él pensara de mí.
Podría haber acabado mucho peor, si no fuera por Izan. ¿De verdad había sido Izan? ¿Qué estaría haciendo en mi instituto? Todo indicaba que mi mente se lo había inventado. ¿Y mi madre? ¿Cómo había llegado tan rápido? ¿No se encontraría allí de antes? ¿Estaba conectada esa visita con la del día que Meg y yo nos colamos? ¿Qué hace viéndose con el director? ¿Acaso no tienen los dos montañas de trabajo que solucionar?
Dios, que desastre... Reflexioné.
El cosquilleo de la cabeza había dado paso a un zumbido incómodo que no me dejaba pensar con claridad debido a toda esa información.
El sonido inconfundible de una puerta cerrándose hizo que se me tensara todo el cuerpo.
-Vete ya Bruno, yo me ocupo de esto- dijo mi madre en voz baja.
-¿Estás segura? –le preguntó el director.
-Sí, te veo mañana.
¿Mañana? No pude evitar preguntarme.
A aquella extraña conversación le siguió un beso y una puerta cerrándose.
Espera... ¿Un beso? ¿Un beso dónde? Me maldecí por no haber abierto los ojos. ¿Estaban saliendo? Imposible. Mi madre aún se veía con mi padre por las noches. ¿Y entonces por qué se hablaban con tanta confianza? Tuve que parar antes de que la cabeza me explotara.
Era hora de abrir los ojos y enfrentarme a la cruda realidad.
Parpadeé unos segundos para acostumbrarme a la intensa luz blanca de las bombillas que alumbraban la deprimente habitación doble del hospital en que me encontraba; por lo visto ya era de noche. La cama de la izquierda estaba vacía y a mi lado, sentada en una silla de madera, mi madre me miraba con una expresión envejecida. Unas arrugas se habían instalado en su frente como una permanente plaga y el enfado brillaba en sus ojos; su cara era una pura muestra de cansancio.
-¿Cómo te encuentras?- preguntó delicadamente, lo que no concordaba con su imagen.
-La cabeza me va a estallar en cualquier momento, pero por lo demás bien- contesté midiendo mis palabras- ¿Qué tengo?- suavizó su expresión.
-Nada grave, gracias a Dios. Un esguince de tobillo, algunos rasguños y una leve conmoción cerebral.
Debo confesar que la última parte me asustó.
-No te preocupes Becca –me tranquilizó –te pondrás bien. –Me entregó un vaso de plástico con un líquido blanquecino en su interior –tómate esto.
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Perdida
RomanceEsta no es una historia de amor cualquiera. En ella te perderás, pero también te encontrarás, y cuando lo hagas, todo habrá acabado. Atrévete a perderte. Atrévete a vivir. Todos los derechos reservados. Prohibida la copia o adaptación. Besos, Angxe.